El actual debate migratorio es más que una disputa a corto plazo sobre el futuro del Título 42 y cómo ambos partidos se posicionan tácticamente con miras a las elecciones de medio término. Es una batalla sobre qué tipo de nación queremos ser. Es una batalla sobre si los demócratas ayudarán con su timidez al extremismo republicano. Es una batalla sobre el futuro de la coalición demócrata y si algunos demócratas van a entrar en pánico y terminarán ayudando a los republicanos a cerrar la puerta a los refugiados y a los inmigrantes.
Sabemos qué posición tienen los republicanos en torno a los inmigrantes y a los refugiados. Sabemos que están librando una implacable guerra de tierra arrasada en contra de ellos. Quieren bloquear una legislación que pondría a los inmigrantes indocumentados en una vía a la ciudadanía, rechazar a los refugiados y reducir los niveles y categorías de admisión legal de inmigrantes. Se han volcado hacia la extrema derecha en el tema migratorio porque la mayoría ha decidido que alimentar a la base de votantes republicanos con una constante dieta de miedo y odio les ayudará a estimular la participación y a recuperar el poder.
Están normalizando la deshumanización de los inmigrantes y los refugiados al llamar “invasión” al incremento de quienes buscan refugio y protección en nuestra frontera sur, como por ejemplo ucranianos, cubanos, venezolanos y nicaragüenses. Algunos incluso propagan la idea de que los demócratas quieren “reemplazar” a los blancos estadounidenses con inmigrantes y refugiados de color. Este es el tipo de retórica que derivó en la mortal violencia en El Paso, Pittsburgh y Charlottesville. Es parte de una visión del mundo muy estrecha y débil alentada por gente como Donald Trump, Stephen Miller y Tucker Carlson, quienes pretenden convertir Estados Unidos en un etnoestado blanco donde la mayoría multirracial sea dominada por una minoría de derecha.
Los demócratas tienen una opción. Pueden estar del lado de un Estados Unidos que reconozca a los inmigrantes y a los refugiados como fundamentales para el experimento estadounidense, defender una tradición de bienvenida que es crucial para el futuro de la nación y trabajar para construir un sistema de inmigración que integre orden y justicia.
O también pueden seguir cediendo como hasta ahora lo han hecho, el debate ante los republicanos y permitir que un partido radicalizado construya muros, cierre puertas e incite a la violencia, además de llenar el vacío que puedan crear con aquellos que intentan avanzar su proyecto contra la mayoría.
Sí, tenemos ante nosotros cuestiones políticas y otras medidas que plantean desafíos. Administrar nuestra frontera sur y responder al incremento de quienes llegan ha sido un desafío para cada gobierno desde 1980, de Ronald Reagan, George Herbert Walker Bush, Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama a Joe Biden. Pero un Estados Unidos seguro, fuerte y capaz es suficientemente competente para manejar y mitigar los repuntes en la migración forzada desde nuestro hemisferio. Con los demócratas en control de ambas cámaras y de la Casa Blanca, deberíamos ser capaces de diseñar un sistema de inmigración y de refugio que dé a los ucranianos que huyen del terror de Putin una alternativa para volar hacia México y probar suerte con los guardias fronterizos de Estados Unidos. Y un Partido Demócrata seguro, fuerte y capaz debería defender las propuestas que dejen bien establecido un sistema de inmigración funcional y equilibrado, respaldar los valores que definen la diversidad de nuestra nación, así como una democracia multirracial que está en construcción, pero también bajo ataque.
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