En alguna oportunidad manifesté que el pasado de Estados Unidos se puede conceptualizar como la historia del racismo. Aunque dura y poco atractiva, es una caracterización precisa, especialmente hoy cuando las bases del Partido Republicano claman a gritos el regreso de la racialización, el separatismo y la segregación.
No es una exageración comparar a muchos republicanos que apoyan la candidatura de Donald Trump con aquellas bases que precedieron al régimen de Adolfo Hitler, o aquellas que apoyaron al régimen dictatorial de Augusto Pinochet en Chile, o a las que, en su momento, hicieron posible la llegada de Vladimir Putin en Rusia. Todos ellos tienen mucho parecido.
En base a los estudios del sociólogo alemán Teodoro Adorno, se puede inferir que las poblaciones que alentaron y aclamaron la llegada de estos tres líderes tenían una “personalidad autoritaria”. Los que apoyan a Trump también sufren de este mal social.
Este tipo de personalidad no es inherente a las personas; es decir, no nacen con características autoritarias sino que la adquieren a través de los años, por medio de la familia, los medios de comunicación, los amigos, la educación, etc.
Históricamente este tipo de personalidad se creó en la segunda mitad del Siglo XIX, cuando surgió un movimiento intelectual racista en Europa, el cual se expandió alrededor del mundo.
Uno de los máximos representantes de esta corriente es el filósofo inglés Hebert Spencer. Según su punto de vista, Europa se convirtió en la cuna de la modernización y en el núcleo de grandes descubrimientos revolucionarios en los campos de la tecnología, economía, artes, política, física, entre otros, debido a un esquema natural de los seres (blancos) más fuertes e inteligentes de la tierra.
Los hallazgos de Spencer tuvieron aceptación alrededor del mundo, principalmente en aquellas regiones donde los grupos minoritarios nacionales y étnicos empezaban a tener afluencia en sociedades dominantes por la cultura Occidental.
En Europa, particularmente, en Alemania, los estudios racistas de Spencer fueron uno de los tantos elementos que motivaron al régimen de Adolfo Hitler a un proceso de linchamiento que desembocó en el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Más de seis millones de judíos perecieron en campos de concentración Nazi por el simple hecho de ser considerados de “raza” inferior.
En Estados Unidos produjo un movimiento social racista que estableció la segregación institucional en el sector público y privado. Las escuelas, centros comerciales, restaurantes, buses, lugares de trabajo, fueron divididas legalmente de acuerdo al origen étnico de las personas. Es decir, una persona de color –afroamericana, latina o asiática— no tenía el derecho de hacer uso de los baños públicos asignados específicamente al grupo mayoritario euro-norteamericano.
En consecuencia, en el mundo de Spencer existía una jerarquía social en base a los potenciales naturales de las personas. En la cima se ubicaban las poblaciones occidentales de Europa, mientras que en el fondo estaban los afroamericanos. El resto de las “razas”, dependiendo en el color de la piel y de sus supuestas capacidades cognitivas, se encontraban en el medio.
Hoy esta misma filosofía está de moda con el movimiento que apoya a Donald Trump. Toda esta gente, tal como lo mencionó Teodoro Adorno, tiene una personalidad autoritaria y claman por la llegada de gobernantes fascistas y racistas.
Lo interesante es que vivimos en una sociedad democrática. Todos podemos votar y elegir a nuestros gobernantes. Por lo tanto es muy importante registrarse y especialmente votar por aquellas personas creyentes en la diversidad y el gobierno incluyente.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com
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