Aunque hay chicos que se sienten ‘grandes’ y por eso piden una mayor libertad e independencia; pero lo cierto es que a pesar de lo que ellos piensen, requieren de alguien que los ‘guíe y ordene’ para que aprendan a desenvolverse en un mundo “de grandes”
Son muchos los padres que creen que la edad de la rebeldía se produce durante la adolescencia, pero lo cierto es que la pesadilla, comienza antes… justo en la pre-adolescencia. Durante esta etapa, los chicos empiezan a desarrollar su personalidad, perciben cambios físicos y hormonales -como el desarrollo mamario (telarquia), la llegada de la primera menstruación (menarquia) en la mujer y la aparición de vello y desarrollo testicular en el varón- que los hacen sentir que han crecido, algo que se toman muy en serio, al grado de que en cada oportunidad que tienen dicen: ¡YA NO SOY UN NIÑO!!
Pero todo padre debe saber que eso de ‘ya no ser un niño o ser grande” los chicos solamente lo usan cuando les conviene, pues suelen también ‘empequeñecer’, si se les presenta la ocasión. Es durante esta etapa, que los pre-adolescentes se vuelven unos expertos en la manipulación y la llevan a cabo para satisfacer sus necesidades. Así lo afirma la psicóloga Andrea Palacios, especialista en Niños y Adolescentes de la Pontificia Universidad Católica, quien advierte que en este período se producen grandes contradicciones.
Las mujeres suelen manifestar más claramente este paso hacia la adolescencia, pues su maduración biológica es anterior a la de los hombres, y quieren verse más grandes, para lo cual se visten y maquillan siguiendo el ejemplo de algún modelo, que puede ser una hermana, prima, amiga o influida por las redes. Empiezan a interesarse en el sexo opuesto. Su temperamento se vuelve un poco más calmado, misterioso y maduro en comparación con el otro sexo.
Los ‘agrandados’ que se sienten mucho
Sin embargo, aparte de estas características de lo que se puede considerar normal, existen casos de niños “muy agrandados”, que no reconocen su necesidad de seguir siendo niños en determinados ámbitos de su vida, por lo que se esfuerzan en comportarse y reaccionar como adultos en todas las situaciones, incluso en aquellas que los sobrepasan. Por ejemplo, es común que eviten manifestar sentimientos de tristeza o llanto, pues eso podría ser visto como una actitud infantil. Se pueden meter en líos que luego no saben cómo resolver y es probable que no se atrevan a recurrir a sus padres o amigos para no quedar mal o por simple orgullo.
Pueden también intentar establecer relaciones de pareja bastante más “maduras” de lo que su edad les permite, entre otras cosas.
Poniendo reglas claras
Algunos padres pueden sentirse preocupados por este cambio de actitud, pues aunque los muchachos se sientan mayores, continúan siendo niños y al enfrentarse a situaciones “de grandes”, quedan más expuestos al mundo de los adultos, con el riesgo de no estar preparados para asumir sus consecuencias.
Por este motivo, es fundamental que los padres estén conscientes de la llegada de la preadolescencia, asuman este nuevo “status” y dejen de lado el trato que hasta ahora habían tenido. Es necesario explicitar al hijo que han notado un cambio en él, que lo ven más grande, y manifestar un comportamiento acorde a esta nueva realidad, evitando entregarle más responsabilidades y exigencias que lo que la edad requiere.
“Una buena manera para que los padres manejemos estas situaciones es explicarles el porqué de esas reglas, pero mejor aún, como adultos debemos ser congruentes con ellas, es decir, no amenazar ni prometer si no vamos a ser capaces de cumplir, pues de lo contrario se devalúa su autoridad frente al joven”, advierte la psicóloga Palacios.
Aunque ellos sientan que lo que les corresponde ahora es una mayor libertad e independencia, lo cierto es que requieren de alguien que los “ordene” en sus nuevas experiencias, sin atosigarlos, pero entregándoles las herramientas para que aprendan a desenvolverse en un mundo “de grandes”.
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