Había un cangurito que le gustaba mucho el mar, cosa rara en los de su especie, pero precisamente por eso se hizo marinero.
A veces la vida a bordo le parecía aburrida. Pero, un día, el cocinero se puso gravemente enfermo y el capitán del barco en el que servía Cangurín, pidió a éste que se hiciese cargo de la cocina.
En el barco, nadie notó la ausencia del cocinero; muy al contrario, los compañeros de Cangurín se chupaban los dedos con los guisos que se sirvieron en esa ocasión. Una tarde, Cangurín vio a un delfín que, nadando muy cerca del barco, parecía decirle algo. Comprendió que le pedía alimento para una cría de ballena que estaba muy enferma y a punto de morir de hambre. Esta sólo aceptaba natillas, también cosa extraña en una criatura del mar, pero… sobre gustos no hay nada escrito, amigos.
Cangurín dio al delfín una buena cantidad de natillas, aún a sabiendas que iba a ganarse una buena regañada por ello. En efecto, el capitán del barco, al enterarse de lo sucedido, separó a Cangurín de la cocina y le impuso un arresto de un mes sin salir de su camarote.
A los pocos días, el barco de Cangurín encalló junto a la costa de Malabar. Todos los esfuerzos por liberarle resultaron inútiles. La tripulación corría un serio peligro, pues allí el oleaje es muy fuerte.
El delfín amigo de Cangurín, al enterarse de lo sucedido, pidió a la madre de la ballenita que liberase el barco. Ella por supuesto accedió y, horas después, el barco navegaba por aguas profundas. El capitán, conocedor del hecho y de la gratitud de Mamá Ballena hacia Cangurín, impuso a éste último la Medalla al Mérito Naval.
Moraleja: Las acciones que a otros hoy hagas, el día de mañana tú las recibirás!!!
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