Castorcito se ha vuelto un glotón. Por más que su madre esconde alimentos y golosinas, él busca y rebusca por todos los rincones y armarios hasta dar con su manjar soñado.
– Mamá. ¿Por qué quieres matarme de hambre?- dice Castorcito, mientras husmea.
–Acabas de desayunar y ya estás pensando en comer algo. ¡Es el colmo, Castorcito! –exclama ella asombrada.
-¡Si sólo quiero un trocito de pastel! – ruega él.
–Está bien, está bien pequeño! ¡Con tal de que me dejes un momento en paz!- se rinde su madre.
Castorcito come a todas horas. Su estómago parece un barril sin fondo. Naturalmente, empieza a engordar. Y como es un vanidoso, se mira diariamente al espejo. Empieza a preocuparse de esas papadas que le salen y de esas “lonjas” que rellenan sus costillas.
Conejín se cruza con él en la calle y se asusta de su aspecto: -¡Oye, Castorcito, estás hecho una ballena! ¡Qué gordo estás, madre mía!
–¡Bueno, bueno, creo que no es para tanto!- protesta Castorcito, porque sabe que algunas hembras castores le están mirando.
-Yo te pondría en forma en un mes, Castorcito -promete Conejín-. La gimnasia es lo mejor para estos casos.
-¿Ah, sí? -se interesa Castorcito, entonces, se pone en manos de Conejín. Y empieza a hacer ejercicio, pero éste le despierta el apetito y, en vez de perder peso, sigue engordando.
Tras mucho cavilar, comprende Castorcito que sería mejor si comiera la cantidad de alimentos justa… ¡y nada más!
Moraleja:
Si con honestidad ves tu situación la podrás cambiar con determinación
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