Como si se tratara de una de esas películas de terror de bajo presupuesto, donde creemos haber llegado al final pero se siguen suscitando situaciones absurdas, algo así sentimos tras la intervención del FBI en la residencia del expresidente Donald Trump en Mar-a-Lago. Este operativo para recuperar cajas con documentos clasificados que, por alguna razón, Trump seguía teniendo en su poder, dio un giro sorprendente al saberse que podría tratarse de documentos sobre secretos nucleares.
No es de extrañar en realidad una situación así en la vida y en el entorno de un personaje que, aun en su etapa empresarial, actuaba como si el escándalo fuera parte de su estilo, edulcorado por ese glamour que también rodea siempre la mala filmografía sobre el tema de la mafia y sus alcances.
La comparación con la película de bajo presupuesto se da en el contexto de que pensábamos que Trump seguiría haciendo ruido, sí, pero no que una acción del gobierno federal lo colocaría una vez más en el centro del debate político. Y esto, con toda la atención que él siempre persigue y con una plataforma para continuar desestabilizando desde su trinchera el proceso político y de paso la seguridad.
De hecho, el personaje que él se ha creado de sí mismo, aprovechando la deificación que se hace y perpetúa en este país sobre el mundo del hampa, tiene un potente eco dañino como el que producen los personajes cuya maldad tiene la firme intención de “dominar al mundo”, seguido de una sonora carcajada de espanto tras un penúltimo coletazo.
Se pensaba que como era de anticiparse tratándose de Trump, él explotara el acontecimiento para su beneficio a través de la recaudación de fondos e incitara a la violencia a la que ya nos tienen acostumbrados sus seguidores con sus declaraciones de que es un pobre “perseguido político”.
De hecho, hace unos días un individuo trató de irrumpir en las oficinas del FBI en Cincinnati, Ohio, con un rifle de asalto y comenzó a disparar con una pistola de clavos. El incidente terminó con el hombre muerto. Resultó ser un veterano de la Marina seguidor de Trump, quien, según diversos reportes, participó en los disturbios del 6 de enero de 2021 en el Capitolio federal, y quien tras el registro de la residencia de Trump, dijo en Truth Social —la plataforma social fundada por Trump— que quería matar agentes del FBI.
Así, tanto el FBI como el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) han sonado la alarma sobre las crecientes amenazas de violencia contra sus agentes y sus instalaciones, contra otros funcionarios e incluso la publicación en plataformas sociales de direcciones residenciales, nombres de los agentes que participaron en el operativo y de sus familiares.
Lamentablemente ya nada de esto nos sorprende, porque esa violencia de los seguidores de Trump que se promueve en plataformas sociales se ha normalizado, al grado de que para el Partido Republicano no es motivo de preocupación. Su inamovilidad ante esta perturbadora forma de acabar con su propio país es solo equiparable a la igualmente siniestra manera de promover su antiinmigrante retórica de odio y racismo, que se ha convertido ya en una marca registrada republicana imposible de evitar.
Es más, llama la atención cómo han reaccionado los líderes republicanos del Congreso y nacionales al registro de la residencia de Trump. Nada importa que Trump tenga en su casa información clasificada y que pueda tratarse de secretos nucleares, o que incluso en el proceso Trump haya violado la Ley de Espionaje.
Pero a esa conducta vergonzosa nos tienen acostumbrados los republicanos, a quienes no importa lo que haga Trump —así sea como ahora la potencial violación de las leyes de espionaje y utilizando lenguaje que puede incitar a la violencia—, pues ellos siguen empeñando la moral y la decencia para defender a una figura corrupta que aun después de abandonar la presidencia sigue haciendo mucho, mucho daño.
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