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El derecho de los Niños, ocasiona que haya Padres sin derechos

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Hace algunas semanas leí esta nota que me impactó: “La Corte Superior de Quebec negó a un padre de familia la posibilidad de que impusiera

Parece que los legisladores se han encargado de fabricarle al niño un paraíso terrenal donde todo es bueno y nadie
puede decirles nada, porque violan sus derechos. Ante esto, pareciera que la disciplina es una faceta olvidada del amor

Hace algunas semanas leí esta nota que me impactó:
“La Corte Superior de Quebec negó a un
padre de familia la posibilidad de que impusiera
un castigo a su hija de doce años por considerar
que prohibirle ir de paseo violaba los derechos de
la niña”, (El Aviso Edición No. 28).
Tan relevante noticia trae a nuestra atención el controversial
tema de cuándo y cómo debe un padre de
familia disciplinar a su hijo/hija o si, por el contrario,
ya no es posible hacerlo, sin violar los derechos
del niño.

La cuestión parece paradójica porque sabemos
que no hay padre que quiera el mal para sus hijos,
y precisamente por pensar en su bien futuro, se le
corrige, sin embargo la ley, pretendiendo proteger
las libertades y los derechos del niño les niega la
mayor expresión de cuidado, afecto y amor que un
padre puede tener hacia su hijo: “Disciplinarlo para
corregir lo que está mal en su conducta”.
Parece ser que el problema con la legislación del
niño es que no toma en cuenta que el infante va a
crecer, no se va a quedar niño siempre y si alguien
no le enseña a crecer con principios y valores, entre
ellos la disciplina, vendrá a ser una persona sin sentido
de responsabilidad para consigo mismo y para
con los demás.

Es de esta ausencia de responsabilidad que nacen
las expresiones trágicas de “yo hago con mi cuerpo
lo que yo quiero”; “nadie me dice lo que debo hacer”;
“nadie tiene derecho a determinar cómo debo
vestirme, hablar o caminar”. Pareciera que ahora
todo se trata de derechos. Pero al examinar la realidad
de una familia común y corriente hoy en día,
llegamos a la amarga conclusión de que cuidando
se cumplan los derechos de unos y otros, ya nadie
tiene derechos. Los padres ya no tienen derecho a
corregir a sus hijos y los hijos pierden el derecho a
ser amados por sus padres.

Es que la disciplina es una faceta olvidada del
amor. Parece que los legisladores se han encargado
de fabricarle al niño un paraíso terrenal donde todo
es bueno, donde puede disfrutar de la vida y de todo
lo que ella le da sin tener ningún compromiso con
los demás. Esa ley que ata las manos de los padres a
la hora de disciplinar a sus hijos, que en el fondo no
es sino, la negación del derecho que todo padre tiene
de amar a su hijo cuidando de él en su presente
para asegurarle, en lo posible, los recursos suficientes
para su buen desarrollo en la vida adulta. Esto

no se puede lograr sin disciplina y corrección.
La ley no ha hecho otra cosa que abandonar a los
niños a vivir una vida sin paternidad, sin autoridad,
sin una voz que les oriente y les rectifique el camino
de la vida. Negar a los padres el derecho a disciplinar
a sus hijos es dejar al niño bastardo, ajeno,
ilegítimo, sin padre propio que se preocupe por él.
En la práctica, esta horrible realidad se cumple cada
vez con más exactitud, los padres miran los problemas
que los hijos están teniendo pero no tienen
derecho a corregirlos, todo lo que pueden hacer es
aconsejarlos y si los hijos escucharan y aceptaran
esos consejos no viviríamos la realidad que hoy nos
toca enfrentar.

El padre y la madre, desanimados por su impotencia
legal, terminan por abandonar la causa del
hijo, dejándolo prácticamente a su suerte, y tal vez
lo único que les queda por hacer, es repetir los consejos
que el niño y la niña oyen como quien oye
llover. Más tarde, llegada la adolescencia, la rebeldía
natural estalla con toda su fuerza, los grandes
errores comienzan a cometerse y también comienzan
a llegar las dolorosas consecuencias: niñas dando
a luz a niños o provocándose abortos, cárceles
juveniles, fracasos escolares, presente destruido y
ausencia total de futuro. Es entonces cuando, paradójicamente,
los hijos reclaman a sus padres el no
haber hecho nada por ellos, resienten el abandono,
la falta de dirección, ven en sus padres a los culpables
de su vida arruinada.

La misma ley que les negó el derecho a corregirlos,
viene entonces sobre los padres de familia para
que se haga cargo de aquella vida que ya es un problema
para todos, es más, les exigirá que paguen
los costos económicos y morales que su hijo o hija
hayan ocasionado a la sociedad buena y noble que
no permite que nadie rompa las reglas establecidas.
Parece que, en lo referente a la corrección de
los hijos, la ley es ciega, no puede mirar el cuadro
completo, triste y contradictorio del derecho de los
niños con padres sin derecho.

Pero afortunadamente y no obstante lo que diga la
ley, muchos padres todavía nos arriesgamos a corregir
y disciplinar a nuestros hijos cuando es necesario,
por supuesto, siempre con mesura y amor!

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