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El Gallo Dictador

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Aquel si que era un gallinero privilegiado. Allí vivían doce gallinas, con sus respectivos polluelos y Ratoncín, un gracioso

Aquel si que era un gallinero privilegiado.
Allí vivían doce gallinas, con sus respectivos
polluelos y Ratoncín, un gracioso y amable
invitado que hacía las delicias de sus compañeros
con sus ocurrencias. Además era un
excelente ayudante en las faenas.

Un buen día, la paz y la felicidad de aquel
gallinero se acabaron, pues el dueño se había
empeñado en traer un gallo y ¡allí estaba
el intruso! Hubiese sido bien acogido
por todos los de ahí de no haber sido tan
déspota y orgulloso desde que llegó. Desde
su primer día se propuso hacerse al amo del
corral y ¡vaya si lo consiguió!.

Lo primero que hizo fue expulsar a Ratoncín
del gallinero, a picotazos. Después, hacía
trabajar a las gallinas y a sus polluelos mucho
más de lo necesario. Estos, de acuerdo
con Ratoncín, decidieron sublevarse contra
el gallo dictador.

Todas las mañanas se encaramaba el gallo
déspota a un palo muy alto para lanzar a los
cuatro vientos el “Kikiriki”. Una oscura noche
Ratoncín untó dicho palo con abundante
pegamento. Al día siguiente, cuando el gallo
subió a él, como de costumbre, quedó embadurnado
con el pegajoso ungüento y ya no
pudo quitarse de ahí.

Ratoncín y sus amigos reanudaron su feliz
vida de antaño. El gallo, con mucho tiempo
para pensar, comprendió que había obrado
mal y, tras pasar varias noches al fresco, decidió
pedir perdón a todos.

Desde ese día, el gallo convivió en armonía
con los demás miembros del gallinero.

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