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El Gatito Testarudo

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 Gatito era muy terco. “El que la sigue, la mata” -era su lema favorito. Se hizo famoso por la firmeza de sus ideas. Jamás daba su pata a torcer ante nada. 

 Un día, Gatito se fijó en  un hermoso canario, cuya jaula colgaba de un agarre muy alto. Se relamía pensando en el canario, y saboreando la forma en que se lo comería.

 Muy tranquilo y con todo el tiempo del mundo, Gatito se sentó frente a la jaula donde estaba el canario y aguardó pacientemente. El canario, compadecido del pobre gato, creyó que era su deber aconsejarle. 

– Mira, gatito. No pierdas tu tiempo, porque yo nunca voy a salir de esta jaula. ¿No sería mejor que te subas a aquellos árboles que ves a lo lejos? Allí tiene que haber muchos pájaros.

No te preocupes, amigo– le respondió Gatito-. Tengo la paciencia que Job. Si es necesario, esperaré toda la vida. 

– Allá tú, yo ya te lo advertí.

 Pasaron años y mientras nuestro amiguito esperaba pacientemente, se alimentaba con algún que otro ratón que pasaba por allí. Ya se había hecho viejo. Pero su propósito no había cambiado en lo más mínimo. 

 Le tocó morir antes que al canario, pues esté había llevado una vida más acorde con su naturaleza, pero un gato necesita, correr, saltar  pero Gatito había hecho justo lo contrario y, claro, murió antes de lo acostumbrado. 

“Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo” –pensó el canario, mientras veía como se llevaban a Gatito. 

Moraleja: No te aferres ni obsesiones en una idea que la tequedad es mala consejera!

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