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El Gigante y el Sastre

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Existen muchos cuentos infantiles hermosos y que además de ser clásicos, por mucho que se cuenten, no dejan de gustar a grandes y chiquitines.  Y en este mundo de ilusión y fantasía en que todo es posible, hoy compartimos con ustedes es el de….

  Hace mucho, pero mucho tiempo, vivió en pequeño pueblo, un sastre que se jactaba (presumía mucho) de ser el mejor de aquel rumbo. Pero para su desgracia desperdiciaba su talento pues era muy holgazán, trabajaba poco y de vez en cuando; aunque hay que reconocer que lo que hacía, lo hacía magníficamente. 

   A pesar de ello, se le metió en la cabeza la idea de ir por el mundo por un tiempo y conocer diferentes lugares. Así que tan pronto pudo, dejó su taller y tomó su camino, rumbo a colinas y valles, a veces aquí, a veces allá, pero siempre adelante. En su trayecto, vio a la distancia una colina escarpada y detrás, una torre que casi  alcanzaba a las nubes, la cual se elevaba sobre un bosque oscuro.

— “¡Caramba!,” -pensó el sastre-  “¿qué será eso?”

 Y tentado por la curiosidad, se dirigió sin pensarlo hacia ese lugar. Al llegar, el sastre abrió más sus ojos y su boca, pues lo que tenía frente a él era realmente insólito. Se encontró con que la torre que había visto de lejos no era en realidad una torre sino un Gigante! Sí, un gran Gigante que subía sobre la colina escarpada. Ahora se encontraba ante el monumental monstruo.

– “¿Qué quieres aquí, diminuto extraño?” -dijo el gigante, con una voz como si estuviera tronando por todos lados. El sastre dijo temerosamente:

— “Sólo quiero mirar alrededor y ver si puedo obtener un poco de alimento para mí en este bosque”.

– “Si eso es lo que buscas, -dijo el gigante- serás mi sirviente y compartirás un lugar conmigo”.

— “Claro, ¿por qué no? Pero, ¿Qué pago recibiré por mis servicios?” -dijo el sastre.

– “Te diré lo que recibirás. Cada año tendrás trescientos sesenta y cinco días de vida, y cuando sea año bisiesto, recibirás uno más como premio. ¿Qué te parece eso?”, dijo el gigante.

— “Mmmh! Está bien.” -Contestó el sastre y pensó para sí mismo: “un hombre debe cortar su abrigo según su tela; trataré de escaparme tan rápido como pueda”.

    En eso el gigante le dijo: 

-“Ahora ve y tráeme un jarro de agua, que me estoy muriendo de sed”.

— “¿Y por qué no mejor traigo todo el pozo y la fuente también?” Preguntó con ironía el sastre.

– “¿Qué? ¡El pozo y la fuente también!” -gruñó el gigante en su propia barba, y como era demasiado tonto, comenzó a tener miedo pues pensó que hablaba en serio y se dijo: 

– “Ese hombrecillo no es tonto, creo más bien que es un mago. Ponte en guardia, viejo Hans, este no es alguien a quien conviene tener cerca”.

  Cuando el sastre había traído el agua, el gigante le pidió entrar en el bosque, y cortar un par de troncos de árbol y traerlos de vuelta.

— “¿Y por qué no el bosque entero, de una vez, con un solo golpe?. Todo el bosque, joven y viejo, con todo lo que está allí, tanto áspero como liso.” -preguntó el pequeño sastre, e inmediatamente se adentró al bosque a cortar la madera. 

– “¿Qué? ¿Cómo? ¡Todo el bosque, y el pozo y su fuente también!,” -gruñó el gigante crédulo en su propia barba, y todavía se puso más aterrorizado y volvió a repetirse:

– “¡Mantente en guardia, viejo Hans, este no es ningún hombre que te conviene tener cerca!”

 Cuando el sastre había traído la madera, el gigante ordenó que cazara 2 ó 3 jabalíes para la cena. 

–“¿Por qué no mejor cien jabalíes con una flecha, y traerlos a todos aquí?” -Preguntó el sastre.

-“¿Qué, qué?”- gritó el tímido gigante con gran terror; y se dijo a sí mismo: “Hans, quédate solo esta noche, y acuéstate para descansar”.

   Pero el gigante estaba tan alarmado que no pudo cerrar un solo ojo en toda la noche por pensar en cuál sería el mejor modo de deshacerse de este criado hechicero. No fuera que le hiciera algo!

  Pero como el tiempo trae respuestas, a la mañana siguiente el gigante y el sastre fueron a un pantano, rodeado por varios sauces.

 Entonces dijo el gigante: 

-“Escúchame bien hombrecillo, siéntate en una de las ramas de sauce, y yo observaré si eres bastante grande como para inclinarla”.

  De repente el sastre se sentó en una rama, llenó sus pulmones de aire y retuvo su aliento. Se hizo tan pesado que la rama se inclinó. Sin embargo, cuando se sintió obligado a respirar y tuvo que soltar el aliento, la rama rebotó lanzándolo tan alto en el aire que nunca más fue visto otra vez, y eso fue de gran placer para el gigante. 

   Si el sastre no ha caído a tierra aún, debe de estar cerniéndose en el aire ahora…. Quizás lo viste pasar y pensaste que era un ave o una estrella fugaz.

 Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

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