Cada vez que don Hipopótamo veía a sus amigos, el flamenco, el leopardo y el avestruz, se sentia muy avergonzado pues estos eran muy delgados.
Cada vez que don Hipopótamo veía a sus amigos, el flamenco, el leopardo y el avestruz, se sentía muy avergonzado pues estos eran muy delgados y él no.
No comprendía por qué él estaba tan gordo. Sí, de acuerdo, era de muy buen apetito, pero eso no explicaba la gran diferencia de peso entre él y sus congéneres.
Su compañeros, como buenos amigos le hacían un sin fin de recomendaciones para que su amigo el hipopótamo bajara de peso. – Pásate un día entero apoyado sobre un solo pie. Verás cómo pierdes peso rápidamente -le decía el flamenco. – Lo que tú necesitas es hacer mucho deporte, amigo -le decía, a su vez, el leopardo. – ¡Bah, tonterías! Esto tiene fácil arreglo -faroleaba el avestruz-. Sólo necesitas comerte unas cuantas piedras y verás el maravilloso resultado.
Don Hipopótamo, voluntarioso, siguió a su vez, todos los consejos de sus amigos. Pero pasarse un día entero sobre un pie, sólo le valió un esguince y la sesión de veinticuatro horas de gimnasia lo dejó muy adolorido y por si fuera poco las piedras que se comió le crearon un terrible dolor de estómago que le duró varios días.|
Al ver que todos sus esfuerzos por bajar de peso eran en vano, don Hipopótamo pudo comprender que él no estaba más gordo que sus amigos, sino que sencillamente tenía una constitución física muy diferente, eso era todo. Desde ese momento, dejó de preocuparse por su apariencia y vivió una vida tranquila y normal.
Moraleja: ¡Por aceptarte debes empezar, si de una vida feliz quieres gozar!
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