Era tiempo de vacaciones, de dedicar los días al alma, dejando el trabajo detrás, olvidado en la rutina de la urbe. Llenaron el auto de maletas y expectativas. Hicieron su reservación con tiempo. Compraron mapas para el camino y viandas para el viaje. Partieron celebrando el malva del amanecer, sin saber que era su último viaje.
Eran los vacacionistas un matrimonio joven, de ésos que quieren disfrutar su juventud algunos años, conocerse bien y darle vuelo a la hilacha, como se dice, para luego planear el nacimiento de un par de hijos. Era su segundo aniversario de casados.
Su destino final era un hotel enclavado en lo alto de la Sierra Madre, un valle, una gema de acceso difícil y comunicaciones reducidas. Al centro de aquel pedazo de cielo había de una cabaña con chimeneas, rodeada de aire frío, bosques de coníferas y neblina de miles de ayeres.
La autopista los llevó lejos de la ciudad, hasta una carretera secundaria de dos carriles, de las que serpentean tomándole la cintura a las montañas. Al salir de la autopista vieron a un grupo de personas que pedían un “aventón” (autostop o raid). Ellos pasaron de largo sin ayudar a nadie.
Más adelante, luego de parar a almorzar en un restaurante a la orilla de la cinta asfáltica, volvieron a tomar camino. Iban celebrando las nubes de la mañana hasta que, en otro entronque de la carretera, vieron a un hombre con un saco que pedía un aventón.
Voltearon a verse. ¿Era el mismo que habían visto antes? Él juraba haberlo visto entre el grupo de gente que les pidió un aventón kilómetros antes. No estaban seguros además, carecía de importancia. Ni la primera ni la segunda ocasión se apearon a ayudarlo.
Hacia las dos de la tarde la pareja se había internado en lo más profundo del bosque. La carretera estaba enmarcada por pinos de varios metros de altura. Iba el auto lento porque la pareja celebraba el aire de la montaña y en eso lo vieron. Era el hombre del costal. ¿Cómo había hecho el tipo ese para llegar allí más rápido que ellos, si ellos iban en auto y no se habían detenido para nada?
Les pareció gracioso, hicieron bromas al respecto, recordaron que un auto los había rebasado y seguramente aquel bólido habría ayudado al hombre del costal.
Empezaba a caer la tarde cuando el auto sufrió una ponchadura. Y ni eso les quitó el buen humor. Era un contratiempo. Estaban a menos de diez kilómetros del hotel. Él bajó por la llanta de repuesto. Vio tan cansada a su esposa que mejor le pidió que aguardara un poco. Y ella se quedó dormida. No despertó hasta que el coche ya transitaba una vereda, ya dentro del valle único que le era familiar. A lo lejos se veía la cabaña de los sueños.
Volteó a dar un beso a su marido… pero él no estaba allí!, sino quien manejaba era el hombre al que nunca dieron aventón.
Atrás había sangre y un costal del que salía una cabeza. Era todo lo que quedaba del marido. Ella gritó, quiso huir, pero los seguros del auto estaban trabados. Nadie podía escucharla en un lugar tan apartado.~.~.
Según contaron algunos lugareños, a los días, en una zanja no muy profunda, encontraron un auto desbarrancado, con una mujer y un hombre dentro. El cuerpo de él estaba en un lado y la cabeza en otro… El de ella con horrible rictus de terror en su rostro, las uñas de sus manos destrozadas y el vidrio de su ventana ensangrentado!
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