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El Hombre del Saco

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Existen infinidad de hermosos cuentos infantiles y que son  clásicos y qué, por mucho que se cuenten, no dejan de gustar.  Y en este mundo de ilusión y fantasía hoy compartir con ustedes es el de….

En pequeño poblado, vivía en limpia casita un matrimonio que tenía tres hijas y, como las tres eran buenas y trabajadoras, les regalaron un anillo de oro a cada una para que lo lucieran como una prenda.  

  Cierto día, las hermanas se reunieron con sus amigas para jugar. Una de ellas sugirió:

-¡Vamos a la fuente!…

  Esta quedaba a las afueras del pueblo.

   Entonces la más pequeña de las hermanas, que era cojita, le preguntó a su madre si podía ir a la fuente con las demás; y le dijo la madre:

– No hija mía, no vaya a ser que venga el hombre del saco y, como no puedes caminar bien, te alcance y te lleve con él. 

  Pero la niña insistió tanto que la madre terminó por aceptar…  Y allá se fueron todas. La cojita llevó además un cesto de ropa para lavar y al ponerse a lavar se quitó el anillo y lo dejó en una piedra. Estaban alegremente jugando en la fuente, cuando de pronto vieron venir al hombre del saco y se gritaron unas a otras:

– Corramos, por Dios, que ahí viene el hombre ese y nos llevará  -y salieron corriendo tan rápido como sus piernas se lo permitieron. 

  La cojita también corría, pero por obvias razones se fue retrasando. Mientras iba corriendo se acordó que había olvidado su anillo en la fuente. Entonces miró para atrás y, como no se veía el hombre del saco por ningún lado, decidió regresar a la fuente para recuperar su anillo; buscó la piedra, pero el anillo ya no estaba en ella y empezó a mirar por aquí y por allá, pero nada! 

  Entonces apareció junto a ella un hombre que no había visto nunca antes y le dijo:

– Señor ¿Ha visto usted por aquí un anillo?

Y el hombre, de sombrío semblante, le contestó:

— Está en el fondo del costal. Ahí lo encontrarás.

   Entonces la niñita, en su inocencia, se metió al costal a buscar su preciado regalo. En cuanto se hubo metido, el hombre lo cerró y se lo echó a las espaldas, y se marchó camino adelante. Mientras caminaba le dijo a la niña:

— Cuando yo te diga: «Canta, saco, o te doy un sopapo», tienes que cantar dentro del saco. ¿Me entendiste?

   Y ella contestó que sí, que así lo haría.

  Y fueron de pueblo en pueblo, y allí donde iban el viejo reunía a los vecinos y decía: “Canta, saco, o te doy un sopapo”.

  Y la niña cantaba desde dentro: 

“Por un anillito de oro; // que allá en la fuente dejé;

estoy metida en el saco;  //  y en el saco moriré”.

  Los allí presentes, aplaudían admirados de tan insólito espectáculo y tiraban monedas o le daban comida al autor. 

   Después de varios días, el hombre del saco llegó al pueblo de donde era la niña cojita; pero él no lo sabía. Como de costumbre, posó el saco en el suelo delante de la concurrencia y dijo:

— Canta, saco, o te doy un sopapo. Y la niña cantó:

– Por un anillito de oro,… etc., etc.

 Las hermanas de ésta, que se hallaban cerca, oyeron el canto de la niña y reconocieron su voz. Entonces, se acercaron al hombre y le dijeron que ellas le darían posada y comida en su casa; y el viejo, pensando en que cenaría y bebería sin costo, se fue con ellas.

   En la noche, mientras preparaban la cena, las niñas pidieron al hombre que fuera a comprar vino a la taberna que se encontraba algo retirado de la casa; así que le dieron dinero y éste, viendo las monedas, se apresuró a hacer el mandado pensando en la buena limosna que recibiría.

  Apenas cruzó la puerta, los padres sacaron a la niña del saco, y ella les contó todo lo que le había sucedido, y luego la escondieron en la habitación de las hermanas para que el viejo no la viera cuando volviera. Luego cogieron un perro y un gato y los metieron en el saco.

   Al poco rato volvió el viejo, que comió y bebió y después se acostó. Al día siguiente se levantó, tomó su equipaje y salió camino a otro pueblo.

  Cuando llegó, como de costumbre, reunió a la gente y anunció que llevaba consigo un saco que cantaba y  luego dijo:

— Canta, saco, o te doy un sopapo.

  Mas no hubo canto alguno y el viejo insistió:

— Canta, saco, o te doy un sopapo.

  Y el saco seguía sin cantar y ya la gente empezaba a reírse de él y también a amenazarle.

   Por tercera vez insistió, pensando que si no abría la boca, daría buen escarmiento a la cojita:

— ¡Canta, saco, o te doy un sopapo!

  Y por tercera vez, no salió ni un solo sonido de éste.

  Así que el hombre, furioso, emprendió a golpes y patadas al saco para que cantase, pero sucedió que, al sentir los golpes, el gato y el perro se enfurecieron, maullando y ladrando.

  El viejo abrió el costal para ver qué era lo que pasaba y ambos animales saltaron contra él. El perro le dio tal mordisco en la nariz que se la arrancó y el gato le llenó la cara de arañazos y la gente del pueblo, pensando que se había querido burlar de ellos, se lanzaron sobre él con palos y varas.

  El viejo salió tan magullado que muchos afirman que no se pudo recuperar de tan violenta paliza.  

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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