Esa tarde, mientras estaba sentado junto a la ventana del segundo piso de mi escuela, mi corazón comenzó a hundirse cada vez más con cada auto que pasaba. Aquel era un día que había esperado durante m
Esa tarde, mientras estaba sentado junto a la ventana del segundo piso de mi escuela, mi corazón comenzó a hundirse cada vez más con cada auto que pasaba. Aquel era un día que había esperado durante muchas semanas: la fiesta de fin de año del cuarto grado de la señorita Pace. Nuestra maestra había llevado la cuenta regresiva en el pizarrón durante toda la semana, y cuando llegó el tan esperado “viernes de fiesta”, todos mis compañeros y yo, brincamos y gritamos de alegría.
La señorita Pace pidió voluntarios para llevar galletas al convivió, y yo con gusto ofrecí a mi mamá. Las chispas de chocolate que ella hacía eran consideradas una delicia entre nuestros vecinos; yo sabía que serían un éxito entre mis compañeros de clase. Pero ese día, ya pasaban las dos de la tarde, y no había aún señales de ella. La mayoría de las mamás ya habían llegado, e incluso muchas ya se habían retirado a sus casas, dejando ponche y galletas, panqués, pastelillos y bizcochos de chocolate. Pero de mamá ni sus luces.
– No te preocupes, Robbie, pronto estará aquí -me animaba la señorita Pace mientras yo miraba desesperado hacia la calle. Vi el reloj justo en el momento en el que el minutero negro marcó la media.
A mi alrededor, la ruidosa fiesta rugía, pero yo seguía haciendo guardia en la ventana. Mi maestra hizo de todo para convencerme, pero yo no me moví de allí; no perdía la esperanza de que el conocido auto de la familia diera la vuelta en la esquina, y mi madre, legítimamente avergonzada, llegara con su charola de sabrosas galletas.
La campanada de las tres de la tarde me sacó de mis pensamientos y, abatido, agarré mi mochila de mi escritorio y salí con desgano rumbo a casa. Durante el trayecto de cuatro manzanas hasta la casa, ideé mi venganza. Al entrar cerraría de un golpe la puerta frontal, me negaría a devolverle su abrazo cuando ella corriera hacia mí. El mentón me tembló con una mezcla de angustia e ira. Por primera vez en mi vida, mi madre me había fallado. Estaba acostado sobre mi cama, boca abajo, cuando la escuché entrar por la puerta principal.
– Robbie -gritó con cierta urgencia-. ¿Dónde estás?. Yo permanecí en silencio. De pronto subió por las escaleras y entró a mi habitación. Se sentó junto a mí en la cama, no me moví, sino que me quedé mirando mi almohada, rehusándome a reconocer su presencia.
– Lo siento mucho, hijito -exclamó-. Sencillamente se me olvidó. Estuve muy ocupada todo el día y se me olvidó, simple y sencillamente. Yo seguía sin moverme. “No la perdones”, me dije a mí mismo. “Te humilló. Te olvidó. Hazla que pague”. Entonces mamá hizo algo completamente inesperado. Comenzó a reír. Sentí cómo la risa sacudía su cuerpo. Al principio suavemente y después más rápido y con más volumen.
Yo no lo podía creer. ¿Cómo podía reírse en un momento así? Me giré y la vi a la cara, listo para hacerle ver la ira y la desilusión en mis ojos.
Pero mamá no se estaba riendo, estaba llorando.
–Lo lamento mucho -sollozaba suavemente-. Te fallé. Le fallé a mi pequeño. Se hundió en la cama y comenzó a llorar como niña. Yo me quedé atónito. Nunca había visto llorar a mamá de esa manera. Desesperado traté de recordar las palabras de consuelo que ella misma usaba cuando yo lloraba. Pero en aquel momento de apuro, las palabras profundas me abandonaron. – Está bien, mamá -tartamudeé mientras me estiraba y le acariciaba el cabello-. Ni siquiera nos hicieron falta las galletas. Había muchas que comer. No llores. Está bien. De veras.
Mis palabras, por inadecuadas que me sonaran, animaron a mamá a sentarse. Se limpió los ojos y una suave sonrisa empezó a plegar sus mejillas sucias de lágrimas. No dijimos ni una palabra más. Sólo nos entregamos el uno al otro en un abrazo largo y silencioso.
– Robert Tate Miller
Siempre exigimos mucho de las personas que nos aman, y las tildamos de malas cuando no cumplen con nuestras peticiones. Sin embargo, es necesario aprender a ser pacientes y no juzgar antes de tiempo… Al final, será la mejor opción!
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