Desde fundas de móvil hechas de almidón hasta pañales que se compostan en la tierra, los productos fabricados con bioplásticos son más accesibles que nunca. Ya se pueden encontrar bioplásticos en productos desechables como cubiertos y vasos, e incluso existe un bioplástico creado a partir de la cáscara de langosta.
Estas alternativas al plástico se fabrican de forma muy parecida a los plásticos convencionales de origen fósil, pero la principal diferencia radica en el origen de las materias primas. Los bioplásticos se fabrican a partir de recursos renovables como aceites vegetales, serrín y residuos alimentarios. En general, los bioplásticos tienen una menor huella de carbono porque varios tipos tienen la capacidad de degradarse completamente por sí solos o con tratamiento industrial, según un estudio.
Pero no todos los bioplásticos son igual de biodegradables. Los bioplásticos como el PET (tereftalato de polietileno), por ejemplo, a veces son reciclables pero no biodegradables. La producción de bioplásticos también produce diversas huellas de carbono, a veces mayores que las de la producción de plásticos tradicionales.
Dos de los bioplásticos biodegradables más comunes son los PHA (polihidroxialcanoatos), que son biodegradables, y los PLA (ácido poliláctico), mucho más utilizados pero sólo compostables a escala industrial.
La industria de los bioplásticos está creciendo rápidamente y se espera que alcance un valor de 57 000 millones de dólares en 2032, según una empresa de investigación. Aunque se están haciendo progresos, la fabricación de bioplásticos sigue siendo entre tres y cuatro veces más cara que la de los plásticos tradicionales.
Por eso los investigadores están utilizando nuevas tecnologías (como la reutilización de la tecnología empleada para tratar las aguas residuales) y nuevos materiales, como los descartes de queso, para abaratar los bioplásticos.
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