La familia Ardilla esperaba, con gran ilusión, la visita del tio millonario. Este era célebre en todo el bosque por sus caitativas limosnas y sus fabulosas donaciones.
La familia Ardilla esperaba, con gran ilusión,
la visita del tío millonario. Este era célebre
en todo el bosque por sus caritativas
limosnas y sus fabulosas donaciones.
– Tú, Ardillín, te encargarás de limpiar tu
propio cuarto, mientras que nosotros nos
encargamos del resto de la casa -dijo Mamá
Ardilla a su hijito más pequeño, un poco
dado a la holgazanería. La familia quería
tener la casa bien limpia para honrar a su
tío como merecía.
– Sí, mamá. Te prometo que dejaré mi cuarto
rechinando de limpio -afirmó Ardillín, sin
pensárselo dos veces. Pero apenas se hubo
encerrado en su cuarto, se dejó caer sobre
la cama y empezó a soñar con los regalos
que esperaba de su tío. Así pasaron varias
horas, hasta que, de pronto, la voz de su tío
le despertó:
– ¡Vaya, vaya con mi sobrino! ¡De modo que
todos trabajan en casa para darme la bienvenida
y tú te dedicaste a holgazanear, ¿eh?
¡Pues aquí el que no trabaja no cobra!
Ardillín, paralizado por la sorpresa, no
supo reaccionar. El tío se había presentado
en casa un día antes de lo previsto.
La hermanita de Ardillín intercedió por él
ante su tío.
– Perdónale, tío. Te aseguro que desde hoy
Ardillín no volverá a holgazenear más.
– Bueno…, si tú me lo aseguras, confiaré en
él -concedió el visitante.
Admirado por la generosidad de su hermana,
Ardillín se prometió así mismo no
defraudarla y aunque desafortunadamente
esta vez no recibió un valioso regalo de su
tío, aprendió muy bien la lección.
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