Don Cuervo se encontraba descansando bajo la rama de un árbol protegiéndose del intenso calor. Se sentía muy bien; para colmo de su dicha, sostenía en su pico un hermoso queso. ¡Qué contento estaba!
–¡Ah, esto es vida! -se decía regodeándose, mientras parpadeaba con deleite y fruncía la nariz para, de este modo, poder oler mejor el manjar que poseía.
Cerca de ahí se encontraba, don Zorro. Todo lo contrario a don Cuervo; sufría lo suyo y cavilaba sobre la forma de arrebatarle el queso a don Cuervo. ¡Hum, qué aroma!
El zorro, ni tarde ni perezoso, no tardó en dar con el procedimiento indicado; conocía a don Cuervo y sabía cuáles eran sus puntos flacos, así que le dijo:
– ¡Oh, don Cuervo! ¡Cuánto hace que no le oigo cantar! ¿Qué le pasa? ¿Es que ya no conserva su hermosa voz de antes?
–¡Sí, claro que sí! ¡Espere y verá, don Zorro!
Don Cuervo, llevado de su vanidad, abrió el pico pues, como es lógico, de otro modo no podía cantar. En ese mismo instante, el queso se le escapó y cayó al suelo. Don Zorro, muy atento, se apoderó de tan suculento manjar en un santiamén, mientras decía a don Cuervo:
– No es bueno ser tan vanidoso, amigo. Estas son las consecuencias de prestar oídos al halago, don Cuervo.
Don Zorro se fue tranquilamente, sin mirar hacia atrás y don Cuervo quedó en el lugar que ocupaba, dando saltos de indignación.
Moraleja: ¡Si por tonterías te dejas adular buen disgusto te puedes llevar!
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