Cuando llegué a Oruro, capital del folklore boliviano, el 22 de febrero de este año, el mismo día de la procesión de la virgen del socavón, los comentarios sobre el coronavirus apenas resonaban entre la gente. Las autoridades locales sólo nos manifestaban que deberíamos tener precaución.
Terminado el desfile y los días de fiesta en los diversos escenarios de bailes, night clubs y discotecas del lugar, el 14 de marzo se registraron 10 casos comprobados de coronavirus en territorio boliviano; 7 fueron localizados en Oruro.
Unos días más tarde se registró otro caso, sumando 8 enfermos en Oruro. Han pasado más de 15 días y ese número no ha cambiado. Es más, algunas personas que estuvieron contagiadas se recuperaron y están en espera de que los médicos los den de alta y puedan volverse a reunir con sus seres queridos.
Una vez que se encontraron los primeros casos de Covid 19, las autoridades orureñas inmediatamente se movilizaron para “amurallar” a sus residentes y separarlos del resto del país. Suspendieron actividades educativas en todos los niveles, se prohibió el ingreso de transportes de otras ciudades, como también obligaron a la población a recluirse en sus hogares.
Al ver que algunos no acataban las ordenes, el gobierno además de intensificar el control, enunció medidas más drásticas. El gobernador regional Zenón Pizarro junto con el alcalde de Oruro, Saúl Aguilar, decretaron una cuarentena obligatoria de 14 días en Oruro. Para que las medidas tuvieran el éxito deseado, resolvieron ofrecer áreas comerciales de acceso a cierto público y horarios especiales para el abastecimiento de alimentos.
Las medidas fueron exitosas. A pesar de que hasta hoy en todo el país de Bolivia, el número de infectados con coronavirus subió a 115, en Oruro se mantuvo solo en 8 casos.
Lo que sucedió en la capital del folklore boliviano demuestra que una respuesta inmediata y contundente son elementos necesarios para limitar el contagio del coronavirus.
Por el contrario, en nuestro país, el gobierno nacional de Estados Unidos fue totalmente contraproducente, displicente, engañoso y pueril; mientras que en Oruro sus autoridades fueron responsables, preventivos y prácticos. Algo se puede aprender de Bolivia.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com
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