Aunque a muchos les cueste reconocerlo y a pesar de que vivamos en pleno siglo XXI y en un país ‘civilizado’, hay hijos que maltratan y violentan a sus padres, sobre todo cuando éstos llegan a la vejez
Parece que no fuera cierto, pero hay hijos que no solo insultan, sino que incluso llegan a golpear a sus padres, de forma cruel. Sin duda, esta es una cara más de la inconcebible violencia doméstica y que ocurre en muchos hogares, aún en estos tiempos modernos.
El que un hijo golpee o maltrate a sus padres, incluso siendo estos ancianos, supone una falta de consideración y respeto, pero es una actitud que proviene desde la infancia. Muchos padres no son conscientes de esto, y los que lo están, por vergüenza prefieren callarlo.
Todo proviene desde la infancia
Aunque muchos padres nieguen o esquiven el hecho, es necesario entender que la conducta agresiva de sus hijos puede venir desde la infancia de ellos, de la forma como los trataron y educaron de pequeños… Allí están las respuestas.
Los procesos perturbadores y de agresividad durante la infancia son los que provocan severas alteraciones de la conducta de los hijos en sus diferentes etapas evolutivas. Cuanto más temprano se desarrolle en el contexto familiar, mayor será la posibilidad de que un hijo desarrolle agresividad física.
Estos procesos no son muy visibles, y por desgracia suelen pasar inadvertidos para los padres. Pero no solo los pueden provocar los padres, sino que también el entorno social inmediato, e incluso otros familiares, amigos, la escuela, etc.
Cuando los padres no corrigen o encausan este proceso que sufren los hijos, ellos inconscientemente suelen montar en cólera o desarrollan una sensación de ira, que puede derivar en una conducta de agresividad física.
Por eso los padres deben prestar atención a estos procesos perturbadores, para evitar futuras conductas violentas. Pueden detectarse observando cómo se desarrolla la vida cotidiana de un hijo en la familia. También en la escuela; de allí la importancia del contacto de los padres con los maestros.
Los procesos perturbadores se producen por:
– Conductas sobreprotectoras y avasallantes.
– Conductas negligentes y de indiferencia afectiva.
– Situaciones de maltrato o violencia familiar.
– Situaciones de acoso y maltrato psicológico (dentro o fuera de la familia).
– Conductas de descalificación y humillación (dentro o fuera de la familia).
– Procesos de duelo por muerte cercana o enfermedad terminal de un familiar.
– Desarraigo no elaborado e incluso a causa de Abuso sexual.
Los procesos perturbadores pueden ser:
Estados de ansiedad: irritabilidad, impaciencia, intranquilidad, desasosiego, hiperquinesia, miedos inmotivados, problemas para dormir, compulsividad en la ingesta de alimentos o golosinas. Durante la pubertad y adolescencia, consumo compulsivo de tabaco, alcohol o sustancias tóxicas diversas. También comerse las uñas, arrancarse mechones de pelo y lastimarse la piel rascándose desesperadamente.
Procesos de angustia: ensimismamiento, introversión, narcolepsia (sueño permanente), distracción, alteraciones de la memoria, hacerse pis en la cama, llanto persistente e inmotivado, mutismo selectivo (silenciamiento o decisión de no dirigir la palabra a determinadas personas), inhibiciones para encarar determinadas actividades, conductas fóbicas frecuentes frente a determinados objetos, fobias sociales, ataque de pánico, entre otros.
Síntomas físicos o psicosomáticos: problemas respiratorios sin causa orgánica, problemas dermatológicos, alergias, dolores de cabeza, caída del cabello, dolores abdominales sin causa, vómitos y diarreas frecuentes e intermitentes durante largos períodos, apneas emocionales (falta de oxígeno) por llanto prolongado que provoca desmayo, entre otros.
¿Qué hacer frente a este hecho?
Si al joven o adulto joven no se le corrigió de pequeño, la solución a una situación así es bastante difícil de resolver, sin embargo lo peor es darse por vencido y no hacer nada.
Algunos hechos que deben tenerse en cuenta es que hijos mayores de 18 años son adultos que tienen que aprender que sus acciones conllevan responsabilidades y de ser necesario penalidades.
Lo anterior implica que los padres deberían entender que las conductas delictivas de sus hijos deben ser sancionadas, de otro modo, el hijo no sólo se convertirá en un problema para ellos mismos, sino para todo su núcleo familiar y social.
Aunque como padres nos duele hacerlo, pero, si es preciso, se debe pedir ayuda a las autoridades e incluso actuar legalmente contra el agresor, aunque sea nuestro propio hijo.
Es recomendable no caer en el error común de esperar o apelar a “cambios milagrosos” o reacciones espontáneas, a que ‘razone” la persona, cosa que casi nunca sucede en el caso de la violencia.
Conclusión
La violencia siempre es un delito y, aunque el agresor sea un hijo, esa es una conducta delictiva y no debe ser tolerada. Aceptar este tipo de violencia es permitir una espiral de situaciones con alcances insospechados…. Es preciso decir ¡basta!
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