Sólo hay dos maneras de interpretar la imagen de caos que reina dentro de la administración del presidente Donald Trump para cumplir con las órdenes judiciales que lo obligan a reunificar a los miles de niños migrantes,
O se trata de un claro ejemplo de incompetencia por parte de las autoridades federales que no previeron con rigurosidad ni la identificación precisa ni un mecanismo eficiente para reunir eventualmente a padres e hijos, o es un maquiavélico acto concebido para sembrar confusión y alargar el proceso tanto como sea posible para disuadir a migrantes potenciales a evitar su éxodo hacia los Estados Unidos.
En favor de la primera interpretación opera el hecho de que el gobierno federal se vio forzado a pedir una extensión del plazo impuesto por un juez de California para reunir a los niños menores de cinco años con sus padres en un plazo de 14 días y a aquellos entes 5 y 15 años en un plazo máximo de 30 días.
El Departamento de Justicia argumenta que requiere de más tiempo para llevar a cabo las verificaciones de la relación consanguínea entre niños y padres, a algunos de los cuales les están practicando pruebas genéticas. ¿Acaso no era posible establecer un método infalible de identidad antes del lanzamiento de la polémica política de “tolerancia cero” que fue estudiada durante meses?
Un método certificado de identificación era absolutamente posible, tal como ocurre en todos los hospitales de Estados Unidos y del mundo con miles de madres e hijos, a través de un brazalete de código de barras que hace virtuamente imposible la pérdida de infantes.
En el colmo de la negligencia, medios estadounidenses reportaron la pérdida de los registros de familias separadas. Pero la concepción misma de la política de tolerancia cero y de la separación de familias abona en la interpretación de qué se trató de un acto deliberado de malicia y que alargar el proceso ante los tribunales forma parte de esa estrategia, como medio de disuasión, aún a sabiendas que la separación de familias causará secuelas traumáticas vitalicias para miles de menores de edad inocentes.
Se supone que uno de los principios justicieros de Estados Unidos es que no se castigan los hijos por los crímenes de sus padres. Es evidente, a la luz de las consecuencias de la política de tolerancia cero, que un grupo de funcionarios del gobierno federal decidió concienzudamente hacer precisamente eso, castigar a menores indefensos por la conducta e sus padres. La conclusión inevitable es qué hay tanto incompetencia como malicia. Hasta el momento el único contrapeso real a las decisiones imprudentes de la administración del presidente Trump ha sido el poder judicial, porque el Congreso está perdido en acción. Enhorabuena que subsiste en esta nación un poder que tiene un sentido de justicia que impide que una crisis humanitaria se convierte en una tragedia vitalicia.
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