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La Diabolica vida de Adolfo Hitler.

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Desde muy joven, y tal vez fue lo que influyó profundamente en Hitler, es que tuvo mucha relación con algunos grupos religiosos, sectas y cofradías esotéricas. A los doce años, cuando asistió a un con

Desde muy joven, y tal vez fue lo que influyó profundamente en Hitler, es que tuvo mucha relación con algunos grupos religiosos, sectas y cofradías esotéricas. A los doce años, cuando asistió a un concierto, al escuchar una sinfonía orquestal de Richar Wagner, experimentó un éxtasis sublime. Jean Maribe describió que desde entonces, Hitler se convirtió en lo que las sectas llaman, un “vidente”. En su adolescencia, perdió a su padre por lo que tuvo que empezar a trabajar abandonando los estudios. Interesado en el arte, comenzó a realizar algunos lienzos y dibujos de baja calidad, que no le redituaron gran cosa. Hasta aquí su existencia estuvo llena de fracasos.

Comenzó a leer a Nietzsche, su teoría del superhombre le subyugó. De este filósofo aprendió el desprecio al cristianismo y también su repugnancia por el judaísmo. En el verano de 1912, el joven Hitler, de diecinueve años, conoció a un extraño librero, dedicado a la compra y venta de artículos de magia negra. Este hombre frecuentaba a Guido Von List, escritor político y antisemita, jefe de una secta masónica con la que practicaba, bajo el signo de la esvástica, ceremonias místicas en donde el ocultismo, la magia y la sexualidad de mezclaban armoniosamente en aquel ambiente de satanismo y perversión sexual. Condujo allí al joven Adolfo que se maravilló al presenciar un recinto lleno de símbolos astrológicos, dibujos eróticos, caricaturas pornográficas de judíos, máscaras horrendas y un sinfín de amuletos. En las danzas macabras que allí se efectuaban, se consumía en abundancia el ‘peyote’ (cactus mexicano), la planta que embruja a los ojos. En ella se encontraba un apoyo para el éxito de las visiones.

Durante seis meses, aquel hombre de baja estatura, se dedicó a la exagerada lectura de ocultismo, excesivas veladas en la ópera y meditaciones profundas en el templo de Guido Von List. William Shirer escribe en El Tercer Reich que lo que más acrecentó aquella convicción espiritista fue el encuentro que tuvo el Führer con el superior de la abadía de Lambach, el abad Johann Lanz, convertido en gran maestre de los Neo-Templarios. Se empapó de todas estas doctrinas y formó parte de dichos grupos.

Llega 1914, la Primera Guerra Mundial lo cambia todo. Tiene veinticinco años y bajo las banderas del Káiser, va al encuentro de la guerra. Se acabó el hechicero, al abad, el librero y Von List, pero se quedaron las doctrinas, le teoría y el odio. Hitler se enrola en el 16o. regimiento de infantería. Victorias y derrotas. Se impone la idea del orden cósmico de la fuerza y el poder. Desde entonces está decidido a actuar, a lanzarse a una acción revolucionaria. Hitler siente una cuenta pendiente por cobrar con la sociedad que rechazó su talento de artista, además, se va apoderando en él la idea de que, con sus conocimientos, puede dominar el mundo.

Cuando Hitler conoció a Dietrich Eckart, en el Partido Obrero, cayó en manos expertas. Este personaje era conocido como poeta, miembro de diversas sociedades de iniciación, “pero tras su imagen jovial y su poesía, se ocultaba un satanista ferviente, un adepto superior de las artes de los rituales de la magia negra”. Este hombre confió a sus amigos que mediante invocaciones satánicas, sabía de la llegada de un Anticristo que sería el salvador de Alemania y que conquistaría el mundo. Proyectó sus conocimientos en Adolfo, edificó su poder en él. No sólo encontró en Hitler la bestia del Apocalipsis, sino que se dedicó a facilitarle los medios para desencadenar sus poderes contra la humanidad.

En 1933, con motivo de la llegada de Hitler al poder, el barón lo inició en el significado oculto de la sangre y lo convenció de la importancia de los rituales mágicos en la mutación de la raza aria, mutación que debía desembocar en un nuevo estado de la evolución humana: el nacimiento del superhombre.

“La sociedad Thule, asociación secreta alemana, fue el fermento del hitlerismo”, escribe Jean Pierre Bayard en su libro La Sainte Voehme. Esta organización fue fundada en 1887 y contaba entre sus animadores al perverso mago Aliester Crowley y al escritor Bram Stoker, autor de Drácula y a otros extraños personajes. Thule, era un legendario y mítico país, algo así como el Edén nórdico comparable a la Atlántida. La sociedad Thule tenía como principio sustituir las rivalidades religiosas por una revolución espiritual destinada a suprimir la creencia en los dogmas cristianos y provocar un renacimiento del germanismo, la idea del “Superhombre”.

Así fue como la Thule formó a Hitler, a través de las vías misteriosas de la iniciación. Esta le sugirió lo que habría de ser su imagen de marca: cruel e impecable. El Führer aprendió en ella la fuerza de convicción y los secretos adivinatorios de la astrología. Aprendió el poder de la Cábala, las cifras, las palabras, los signos y nunca renunció a esta mística cuyo esoterismo permite la conquista del poder. La magia ceremonial lo conquistó, dominó su voz ronca. El magnetismo de la palabra, de las posturas y de los ademanes.

A todo, todo lo que aprendió, le halló utilidad práctica.

Nadie dudaba de las dotes de médium de Hitler. Se dice que el pueblo austriaco donde nació, era un lugar lleno de médiums y esa facultad la aprovechó al máximo, invocando en varias ocasiones a diferentes personajes maestres del ocultismo. Se dice que el poder de sugestión de Hitler sobre los inmensos auditorios que le escuchaban, era tal que las masas….

…NO SE PIERDA LA CONCLUSIÓN DE ESTA INTERESANTE HISTORIA LA PRÓXIMA SEMANA!

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