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Carlos y Patricio Maldonado
En la parte central del Bolsón de Mapimí se localiza un área que ha despertado un interés inusitado y que ha sido bautizada como Zona del Silencio. El enigmático nombre es digno corolario al sinfín de mitos que han surgido en torno a la zona…
Densos y oscuros nubarrones de aspecto sobrecogedor cubren el cielo. Llevados por el viento se desgarran dejando pequeños claros por los que se filtra la brillante luz de las estrellas y el fugaz resplandor de un aerolito que cruza la bóveda celeste. Si llega a caer un aguacero, no se podrá salir del desierto en varios días.
La tierra está a oscuras al faltarle la luz del universo; sólo los relámpagos, en el horizonte, la iluminan brevemente, recortando la negra silueta de las montañas circundantes que semejan gigantes dormidos, indiferentes al desasosiego del espíritu de quien las contempla.
Hacia el sur, a gran distancia, se percibe la tenue claridad de las ciudades de la Comarca Lagunera, perdidas en el horizonte. En la inmensidad del desierto, el universo y el hombre toman su proporción real.
Estamos en el Bolsón de Mapimí, situado en la parte centro-norte del país, a unos 180 km al noroeste del complejo urbanístico Torreón-Gómez Palacio-Lerdo. El Bolsón de Mapimí es una cuenca cerrada, lecho de antiguas lagunas, que forma parte del gran desierto chihuahuense: una inmensa zona árida que se extiende desde la Sierra Madre Occidental hasta la Oriental, y que de sur a norte comprende desde los estados mexicanos de Zacatecas, San Luis Potosí e Hidalgo, pasando por Durango, Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila y Chihuahua, y se prolonga a Estados Unidos abarcando Texas, Arizona y Nuevo México, llegando hasta las Montañas Rocallosas.
En tiempos prehistóricos esta gran extensión de tierra estuvo sumergida bajo las aguas del llamado Mar de Thetis, como lo demuestra la gran cantidad de fósiles marinos que se encuentran en ella. Hacia el periodo eoceno de la Era Cenozoica, hace unos treinta millones de años, se originaron fuertes cambios orogénicos que hicieron emerger las grandes masas continentales. Se calcula que hace un millón de años el desierto chihuahuense adquirió su morfología actual.
En la parte central del Bolsón de Mapimí se localiza un área que ha despertado un interés inusitado y que ha sido bautizada como la Zona del Silencio. El enigmático nombre es digno corolario al sinfín de mitos que han surgido en torno a ella. Extrañamente, la Zona no tiene un lugar preciso de localización.
La historia comienza a principios de los años setenta, cuando un cohete de la NASA, el Athena, al parecer perdió el control y fue a caer en la región. De inmediato un equipo de especialistas estadounidenses llegó para localizar el artefacto y contrataron algunos lugareños para ayudar a peinar la zona. Curiosamente, a pesar de todos los recursos empleados, incluyendo aviones, la búsqueda se prolongó por varias semanas. Finalmente, localizado el cohete, se tendió un corto tramo de vía desde la estación de Carrillo, para sacar los restos del aparato y, además, bajo el supuesto de que estaban contaminadas con desechos radiactivos, se embarcaron varias toneladas de tierra del área vecina al lugar del impacto. Las operaciones se realizaron bajo un fuerte dispositivo de seguridad, de manera que ni los lugareños pudieron ver los restos del cohete. Tanto misterio despertó sospechas y originó rumores.
Poco después, un lugareño radicado en Ceballos, Durango, dijo haber localizado una zona en la cual no se escuchaba la radio. El fenómeno fue investigado por especialistas de la ciudad de Torreón. Surgió entonces la hipótesis de la existencia de una especie de cono magnético sobre la región que provocaba ionizaciones en la atmósfera que bloqueaban la transmisión de las ondas de radio.
Y aquí comenzó la leyenda. Además de la Zona del Silencio, la presencia de bancos de fósiles, de áreas con gran concentración de fragmentos de aerolitos, la existencia en la región de una especie endémica de tortuga del desierto, y de la abundancia de nopales violáceos de escasa distribución, sirvió de base para conferirle al área características sobrenaturales e inventar una serie de mitos: desde el absurdo de que al entrar a la Zona del Silencio no se podía escuchar la conversación de otras personas, hasta la aberrante idea de que el lugar es una base de aterrizaje de extraterrestres.
Así creció la fama y el número de visitantes. Los charlatanes tomaron ventaja de la situación ofreciendo excursiones masivas a la zona en busca de experiencias paranormales únicas. Pronto surgió la versión de que justo al otro lado del mundo, en algún lugar del Tíbet o Nepal, existía una zona con las mismas características, por lo que se consideró a la zona como un polo donde se concentraba la energía terrestre. Los excursionistas en poco tiempo se dieron cuenta que no era fácil encontrar la Zona del Silencio, por lo que hubo que replantearse la hipótesis del cono magnético, argumentándose que éste cambiaba de lugar según las condiciones de la atmósfera, e incluso se consideró la presencia de varias “manchas de silencio” que se desplazaba continuamente por el desierto, en forma errática. Los habitantes del lugar vieron aparecer, intrigados, a numerosos grupos de personas que llegan buscando OVNIS o a celebrar extravagantes ceremonias para “recargarse” con la energía del universo; ellos no han visto hasta ahora nada extraño en la región.
Las consecuencias de la avalancha humana no se hicieron esperar: de los bancos fósiles hoy sólo queda el nombre; todos han sido saqueados. En su lugar se encuentran apilamientos de piedras formando círculos con estrellas de David en el interior, en los cuales se llevan a cabo ritos de conexiones intergalácticas. También las puntas de flechas o chuzos que los antiguos indígenas usaban para pescar o cazar, se están agotando. Dada su mala situación económica, los lugareños vieron en el comercio de fósiles una fuente de ingresos y aún, actualmente, se venden fósiles de diversos tipos, extraídos de bancos secretos cuya localización guardan celosamente.
El paisaje también ha sufrido la depredación. Una gran cantidad de pequeñas cactáceas han sido desprendidas para ser vendidas en el extranjero, donde son muy cotizadas. La fauna, principalmente especies exóticas, como la tortuga del desierto, han sido acosadas a tal grado que se encuentran al borde de la extinción.
Sol, sol y calor. Un calor agobiante que embota los sentidos y adormece el entendimiento. En el verano, a mediodía, es común que la temperatura llegue a 45°C, a la sombra. La singular figura del Centro de San Ignacio, punto culminante del Bolsón de Mapimí, constituye la referencia guía para orientarse en el desierto.
A pesar de la notoria aridez de la región, la variedad de flora y fauna es sorprendente. Sobre la planicie predomina la gobernadora, que invade el ambiente con su olor característico; la sabaneta, una de las plantas forrajeras más abundantes de la zona, forma también extensos pastizales, y los ocotillos con sus largas ramas espinosas elevándose hacia el cielo, parecen implorar un poco de agua. Sobre las laderas de los cerros es mayor la diversidad biológica: aparecen magueyales y cactáceas, algunas de ellas endémicas de la región, las altas yucas dominan el escenario, y durante la primavera sus floridos penachos destacan en el paisaje. Se encuentra también la sangregada y la candelilla, curiosa planta que, para evitar la pérdida de agua, ha desarrollado una cubierta protectora de cera. Las nopaleras son abundantes, principalmente de especies rastreras y cegadoras; pero también son frecuentes los nopales violáceos con sus características espinas largas que le nacen en los bordes; es un placer contemplar la rica variedad de tonos verde-violeta que lucen estas plantas. Al borde de las lagunas y arroyos intermitentes, crecen algunos mezquites de profundas raíces; su fresca sombra provee un refugio contra los calcinantes rayos solares.
Al recorrer el desierto es frecuente ver a las liebres y conejos que huyen despavoridos al paso de los vehículos. Por las noches se observa también a ratones y ratas canguro. Si se acampa cerca de algún depósito de agua, es seguro encontrar a zorras y coyotes merodeando en la oscuridad y cuyos ojos fulguran al lamparearlos. En ocasiones se percibe el vuelo sospechoso de algún búho en busca de alguna presa. Al igual que la vegetación, los animales sufren adaptaciones especiales que les permiten vivir en las adversas condiciones de esta árida región.
En 1978, se creó la Reserva de la Biosfera de Mapimí. La existencia en la región de la gran tortuga del desierto, en peligro de extinción, fue un factor definitivo para establecer aquí la Reserva, auspiciada por el programa “El Hombre y la Biosfera” de la UNESCO, el Instituto de Ecología, el CONACYT y otras organizaciones, así como los pequeños propietarios y ejidatarios locales que donaron los terrenos.
De acuerdo a los lineamientos de la UNESCO, el área protegida se dividió en una zona central o zona núcleo, donde se establecieron áreas de monitoreo para las diversas investigaciones; esta parte está rodeada por una zona de amortiguamiento que, a su vez, está circundada por una zona de influencia en la periferia; un total aproximado de 160 000 hectáreas. Conforme se aleja del centro, el grado de alteración ambiental por el hombre se incrementa.
Como base de operaciones se estableció en la zona núcleo, cerca de las laderas el cerro de San Ignacio, un laboratorio del desierto. Los objetivos principales del programa de trabajo son la protección de un área representativa del desierto chihuahuense, donde sea posible la conservación de la riqueza animal y vegetal, así como la investigación y la educación; pero, además, uno de los aspectos más relevantes es la vinculación entre conservación y desarrollo. Así, la Reserva no fue cercada ni se suspendieron las actividades humanas dentro de ella; por el contrario, la participación de los lugareños ha servido para establecer pautas de optimización del uso de los recursos naturales. La ganadería, principal actividad económica de la región, se sigue llevando a cabo, aunque en la zona núcleo ha sido sujeta a restricciones temporales y espaciales. En el ejido Santa María aún se explota la candelilla para la obtención de cera.
Un punto importante del programa es la cooperación internacional, por lo que regularmente llegan grupos de científicos de Francia, Estados Unidos, Holanda, Rusia y otros países, para participar en investigaciones y experimentos. Entre las actividades que se desarrollan actualmente está el programa de recuperación de la tortuga del desierto, por lo que existe un corral en el que se mantienen temporalmente los ejemplares decomisados y pequeñas crías que son cuidadas con esmero en el laboratorio. Es fascinante observar las tortuguitas, no mayores que la palma de la mano, que nacen ya preparadas para enfrentar los rigores de la vida en el desierto. También se lleva a cabo una investigación sobre el nopal rastrero, que es utilizado como forraje, y un interesante estudio, a largo plazo, sobre el águila real, el desconocido símbolo nacional de México.
Un dato significativo es que luego de años de estudios de campo, en los que se han utilizado ampliamente equipos de intercomunicación entre el laboratorio y vehículos terrestres o aéreos, además de experimentos con telemetría para el rastreo de la fauna en el desierto, los científicos no han reportado un solo caso de problemas por interferencia de las ondas de radio; tampoco han presenciado sucesos extraños. Interrogando a los lugareños, ninguno ha logrado detectar la Zona del Silencio, e incluso toman a broma la pregunta.
Pocos ejemplos hay, como la Zona del Silencio, en el que un mito ha ocasionado tantos trastornos. Pero aún es tiempo de evitar un daño mayor; cuatro sencillas recomendaciones del Instituto de Ecología, para los visitantes, podrían ayudar mucho a la preservación del lugar: evitar la extracción de plantas, animales, fósiles, puntas de flecha y otros restos arqueológicos; evitar cualquier tipo de perturbación al ambiente, no encender fogatas; no arrojar basura, si se llevan latas y envolturas, llevarse los desechos; mantener cerradas las puertas de las cercas de los ranchos y ejidos, porque, además de las pérdidas que podría ocasionar el extravío de animales, el ganado puede invadir áreas protegidas, en estudio. Los habitantes locales han desarrollado un alto sentido de respeto hacia el medio ambiente y se esfuerzan por preservarlo. Si se va a visitar esta región, hay que estar conscientes que dadas las condiciones de aridez, se trata de un ecosistema muy vulnerable y que se debe tener la responsabilidad de ayudar a conservarlo.
Luego de cinco extraordinarios días y 400 kilómetros recorridos en el desierto, cargo gasolina en Ceballos para regresar a casa; al ver el carro empolvado, el despachador, que a mi llegada me orientó para encontrar un guía, me pregunta: ¿qué pasó, encontró algo? Al responderle negativamente, agrega, como buscando mi complicidad: a mí se me hace que todo eso es puro cuento, ¿verdad?…
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