Zoolandia había sido un pueblo muy pacífico y grato para vivir en él pero, de un tiempo acá, había cambiado.
Una pandilla de “gángsters”, bajo el mando del gran perro Dogo, sembraba el terror entre los pobres vecinos. Ninguna caja fuerte se les resistía y andar solo por la calle, de noche, era peligroso ya que estos pillos atracaban al primero que se encontraban.
Don Hipopótamo, valiente y bonachón, no quería contagiarse del pánico que afectaba a sus vecinos y seguía con su vida de siempre. Acababa de poner una tienda de comestibles, repleta de todos los artículos.
Sentado en la puerta, al sol, leía tranquilamente su periódico de la mañana. De repente. Dogo y sus compinches le encañonaron y le obligaron a meterse a la tienda.
¡Danos todo el dinero que tienes en la caja o eres un hipopótamo muerto! Le amenazó el feroz perro.
El dueño de la tienda obedeció y les entregó treinta billetes de los grandes. El pillo y sus secuaces corrieron hacia la salida.
Justo cuando abrían la puerta, sintieron que una pesada y tupida red se desplomaba sobre ellos.
¡Cielos… una red! ¡Estamos atrapados! Exclamó Dogo.
Un grupo de cachorros, autor de tan magnífica captura, reía, unos pasos más allá.
¡Qué éxito, compañeros! ¡Los “polis” no habían sido capaces de atraparlos y nosotros en cambio, los hemos cazado! Exclamó el que parecía ser cabecilla.
Por mucho tiempo se habló en Zoolandia de la hazaña de los cachorros que, por cierto, eran todos de león.
Moraleja: Amiguito, no por ser pequeño te des por vencido, tú podrás lograr lo que te propongas si lo haces con gran empeño!
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