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La Ley del Talión

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La semana pasada, le hablaba de las enormes satisfacciones y orgullos que ofrece la carrera del periodismo. También le adelanté que tendría una entrevista exclusiva con José Ernesto Medellín, un mexic

La semana pasada, le hablaba de las enormes satisfacciones y orgullos que ofrece la carrera del periodismo. También le adelanté que tendría una entrevista exclusiva con José Ernesto Medellín, un mexicano con fecha de ejecución para el próximo 5 de agosto en Texas, por el brutal asesinato de dos jovencitas de 14 y 16 años, respectivamente, en 1993. El propio Medellín había accedido a la entrevista, así que viaje hasta la cárcel de Livingston, al norte de la ciudad de Houston.

Cámaras, luces y micrófonos

Estaba listo la tarde del pasado 21 de mayo en el pabellón de los condenados a muerte y sólo faltaba que apareciera Medellín a través del cristal a prueba de balas en el área de visitas. Pero pasaron los minutos y nada más no aparecía. De pronto, me dice uno de los guardias, que el preso se había negado a salir de su celda sin dar mayores explicaciones.

¡Imagínese usted la frustración y el enojo, luego de haber llegado hasta allá y además con el costo económico para la empresa de trasladar a todo un equipo de televisión! Pero en fin, en ese sentido, hasta los condenados a muerte tienen sus derechos, así que tuve que tragarme mi coraje y frustración, sobre todo porque el día anterior, había platicado con Don Adolfo Peña, padre de una de las víctimas de Medellín y su pandilla de desalmados que las violaron, torturaron y estrangularon: “15 años después, la herida sigue tan abierta como al principio”, me dijo al borde de las lágrimas.

Nacido en San Antonio, Texas, el señor Peña me habló acerca de su hija. De sus gustos y aficiones. De los sueños que fueron arrancados de tajo por la crueldad de un grupo de mal vivientes. Hablamos, también acerca de la ejecución del único de los seis asesinos llevada a cabo en el 2006 y en la cual estuvo presente como testigo. “¡No es justo!” -señaló con furia-. “Mi hija fue torturada durante varias horas antes de que la mataran. En cambio, el criminal apenas tardó diez segundos en quedarse como si estuviera dormido, luego de recibir la inyección letal”. Aún así, Peña me confesó que siente tristeza por los padres y demás familiares de esos delincuentes.

Podemos estar a favor o en contra de la pena de muerte, pero lo cierto es, que en este tipo de tragedias, ni siquiera la famosa ley del Talión (aquella de ojo por ojo y diente por diente) le lleva paz y tranquilidad a los parientes de las víctimas. Tampoco ha demostrado ser efectiva para prevenir la comisión de delitos monstruosos como el que nos ocupa. Pero volviendo a la cárcel de Livingston y al plantón que me dio Medellín, déjeme le cuento que no me fui de ahí con las manos vacías. La próxima semana le platicaré acerca de otro mexicano condenado a muerte a quien sí pude entrevistar y cuya historia es en verdad espeluznante… Hasta entonces pues… Digan lo que digan… (Aprovecho para invitarlo a que nos acompañe a ver la nueva imagen de su Noticiero Azteca América, ahora desde nuevos estudios y con nuevas secciones
para servirle mejor).

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