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La misteriosa chica del ‘7 de septiembre’ de Nacho Cano

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Coloma Fernández Fue novia de Nacho Cano. Tras romper se veían todos los 7 de septiembre. “Nunca voy a olvidar esa relación”, cuenta a LOC 25 años después del lanzamiento de la canción.

“Entre Nacho y yo había una relación muy intensa, muy fuerte. Yo misma me decía: ‘no me voy a olvidar nunca de esto’ y la verdad es que han pasado casi 30 años y aún lo sigo recordando”. A Coloma Fernández Armero (Gijón, 1962) la conoció todo un país durante las décadas de los 80 y 90, pero fueron pocos los que le pusieron cara. El 7 de septiembre pasó de ser una fecha al uso a uno de los mayores éxitos de Mecano y, después, en una costumbre que se fue repitiendo a lo largo de 8 años. Este mes se cumplen 27 tras su último aniversario juntos y, a pesar de ello, como cantaba Ana Torroja, “parece mentira que después de tanto tiempo rotos nuestros lazos sigamos manteniendo la ilusión en nuestro aniversario“.

Coloma tenía 19 años cuando lo conoció, por aquel entonces con 18, en plena movida madrileña. “Nos vimos tres o cuatro veces por toda la ciudad”, rezaba La fuerza del destino, canción que inspira los inicios de su historia. “Una noche, una amiga y yo salimos de fiesta al Golden Village, por la zona de Chamartín. No era el típico sitio por el que se movía la gente en La Movida y allí le conocí. Como recoge la canción, fue una noche desastrosa, por lo que dejamos de vernos. En ese momento todo el mundo tenía algún grupo, así que no era tan raro conocer a un chico que estuviese en una banda de éxito”.

Pero Madrid, en aquella época, cuenta, era como sota, caballo y rey, por lo que se volvieron a encontrar poco tiempo después: “Fue como una cosa surrealista. En las primeras ocasiones, quedamos en un Burger King y otra, en un concierto de Los Ramones. A partir de ahí fue cuando empezamos a salir”.

1981 fue un año clave: Coloma y Nacho iniciaban una relación que se prolongaría a lo largo de 8 años, y Mecano lanzaba su primer single Hoy no me puedo levantar, el que les llevaría hacía las radiofórmulas y los grandes estadios. “Él se convirtió en la estrella del momento y fue muy complicado llevar ambas vidas, pero era una relación con tanta intensidad, tanta pasión y tanta fuerza que nos movía a estar juntos”, explica.

A pesar de ello, no duda en reconocer la parte estimulante de estar con un músico de primer nivel, como era acudir a los conciertos, ver las reacciones de la gente y estar en la retaguardia disfrutando. Aún recuerda alguno de los primeros paseos con Nacho por la Castellana, en los que el compositor reconocía que lo que tenía entre manos iba a tener recorrido: “Él siempre lo tuvo clarísimo. Veía que eran diferentes y me decía ‘yo sé que este grupo va a triunfar’, y la verdad es que no se equivocaba”.

La formación por aquel entonces empezó a tomar presencia en el mercado musical nacional e internacional con hits como Perdido en mi habitaciónMaquillaje Barco a Venus, realizaron visitas a medio mundo y se convirtieron en el primer grupo español en vender un millón de discos. Al poco tiempo, conseguirían sobrepasar esta barrera con Descanso dominical, disco con el que alcanzaron los dos millones en todo el mundo. Sin embargo, y a pesar de la burbuja que se estaba generando en torno a tres personas que estaban escribiendo la historia de la música española, la pareja supo complementarse a la perfección y adaptarse a las exigencias del mundillo.

Ella, activa y nerviosa; él, currante y cercano. “Nuestra relación fue muy de estar en la intimidad. Le recuerdo llegar agotado de una gira de México, ir a verle a su casa, estar en la habitación y pedir comida -que antes era como algo súperexótico-. La verdad es que éramos muy de casa porque él estaba muy cansado y a mí eso me encanta”. Así, pocas fueron las ocasiones que la pareja pudo viajar, salvo alguna escapada puntual: “Nos fuimos alguna vez a una casita que tiene en Granada, pero lo recuerdo todo más en Madrid de forma muy familiar, sin grandes fiestas ni despliegues”.

De forma paralela, Mecano la banda del momento, haciéndose en 1989 con el Premio al grupo más vendedor en España en los World Music Awards de Montecarlo, llenando el Rockódromo -auditorio al aire libre de la Casa de Campo madrileña- con más de 55.000 personas, o el estadio sevillano Benito Villamarín, con más de 64.000. Lo que en el terreno profesional parecía no tener límites, en el personal iba apagándose. “Decidimos que yo me fuera a vivir con él porque, hasta entonces, yo seguía en la casa de mis padres. Dimos el salto, pero ya allí me di cuenta de cómo su ritmo y el mío chocaban. Yo me impliqué más en mi trabajo y veía que, día a día, no encajaba”, apunta.

Sin embargo, la historia no acabó aquí, pues como dice la canción, había “algo vivo en este amor”. “Las sensaciones de lo fuerte que fue la relación las sigo recordando y teniendo a día de hoy”, por lo que desde ese momento, cada 7 de septiembre se volvería un ritual, una obsesión, una costumbre en la que ambos volverían a darse la oportunidad de cenar juntos en el sitio de siempre, en la “mesita” que tantas noches compartieron, pero con las dudas de que quedaría entre ellos tras un año sin verse.

Dejaron su relación un 7 de septiembre de 1989, pero mantuvieron la ilusión por su aniversario durante ocho años más. Cada año la historia se repetía: cada uno tenía su vida por separado, pero siempre quedaba la tentación sobre si había algo vivo. El cómo se saludaban, dónde se daban un beso, cómo se despedían o dónde se tocaban, reavivaba con cautela sus pasiones: “Era algo bonito. Se trataba de mirarse a los ojos y ver qué ganabas: si la sensatez de que eso no va a ningún lado o la fuerza de que hay algo todavía“. Para ella, en cada encuentro ganaba la sensatez y, aunque la gente pudiera pensar que jugaban con fuego, fueron “citas muy limpias que no trajeron ningún problema. Nunca pasó nada”.

Todas las veladas tuvieron lugar en La Parra, un restaurante cercano al estudio de Nacho Cano “al más puro estilo de ejecutivos” y en el que servían cocina tradicional: “Allí estaba nuestra ‘mesita’. Era la misma de siempre. Allí compartimos muchas noches, muchas risas y tantos momentos especiales”. Y, aunque pudiera parece monótono, cada aniversario era distinto. Uno de los que recuerda especialmente se dio cuando el músico le envíó siete ramos de doce rosas cada uno, un detalle que guarda con especial cariño y le hace recordar la cercanía de su entonces pareja. “Recuerdo que las tuve que poner en la terraza y ocupaban muchísimo espacio”, cuenta. “Él siempre ha sido muy cariñoso y detallista. Un caballero andante, vaya”

De esas ocho nuevas oportunidades que la pareja se dio, dos de ellas no contaban con la famosa canción como banda sonora. El 7 de septiembre salió a la venta un 27 de mayo de 1991, casi dos años después de sus primeros encuentros periódicos. La primera vez que Coloma escuchó la canción entendió a la perfección que iba a serle muy costoso pasar página: “Yo sentía que iban a pasar muchos años para que consiguiese olvidarme. Me decía: ‘He estado ocho años, pues igual tienen que pasar otros ocho'”. Además, una de las frases de la canción -“Hay llamas que ni con el mar”- se le quedó clavada en el corazón porque realmente sentía que no iba a poder olvidarle. “Me decía a mí misma: ‘No, por favor. Esto no puede sucederme. Se tiene que apagar’. Pero me di cuenta de que la otra persona también estaba en mi misma sintonía y que nos iba a costar a los dos trascenderlo. Costó bastantes años la verdad”.

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