El 24 de Junio, día de San Juan Bautista, es tradicionalmente en muchos países de latinoamérica, una noche dedicada a la magia. Desde los más remotos tiempos, esta noche ha sido considerada como algo
El 24 de Junio, día de San Juan Bautista, es tradicionalmente en muchos países de latinoamérica, una noche dedicada a la magia. Desde los más remotos tiempos, esta noche ha sido considerada como algo especial, es prácticamente el siguiente día del solsticio de verano, en el hemisferio norte y es la noche más corta y por ende, el día más largo de todo el año. La Noche de San Juan es una noche mágica propicia para realizar especialmente ceremonias fuertes y hechizos principalmente para el amor, matrimonio, amistad, belleza, protección, valor y para obtener fuerza mágica y energía física.
Durante esa noche también se organizan los Aquelarres (junta o reunión nocturna de brujos), en lugares totalmente apartados de los poblados, para evitar las interrupciones. Quienes han llegado hasta uno de estos lugares, aún con riesgo de su propia vida, han hecho relatos escalofriantes, como el que cuenta Alberto Tinoco, habitante de la ciudad de Jalapa, Ver. y que por casualidad fue espectador de uno de esos rituales. Tinoco narra su experiencia así:
“La carretera cada vez se hacía más difícil para mí, a pesar de que estaba en buenas condiciones al igual que mi auto, el cansancio, con más de un día sin dormir, se hacía insoportable y peligroso. Decidí salirme de la carretera, buscar un sitio donde estacionarme sin problema y poder dormir un par de horas, no me sentía capaz de continuar lo que faltaba de mi camino. Al fin ví frente a mí el sitio ideal, bien protegido y con la suficiente visibilidad para no provocar un accidente. Acomodé el auto y bajé un momento a reconocer el terreno. A lo lejos había un pequeño bosque, que con la claridad de la luna se veía como sacado de un cuento de hadas. Inconscientemente empecé a caminar hacia ese lugar, algo me atraía de manera irresistible. Mientras me acercaba llamó mi atención un murmullo, que cada vez se hacía más claro y se oía un extraño canto, en un idioma que nunca había oído antes.
Llegué hasta un sitio en el que podía ver sin ser visto y quedé petrificado ante lo que veían mis ojos. Imágenes como de una escena medieval. En el centro del grupo había una mesa llena de objetos antiguos, entre ellos un espejo y una gran cantidad de velas, que daban a la escena una luz espeluznante, y que al iluminar los rostros de los participantes, los hacía parecer fantasmales. A un lado de esta mesa-altar se encendía una fogata enorme y sobre de ella había un caldero, con algo que despedía mucho vapor.
Todos los presentes estaban vestidos de negro, con túnicas bordadas y lisas; había unas 20 personas, 12 mujeres y el resto eran hombres. Mientras avanzaba la noche, se fueron colocando en círculo, alrededor del caldero, cantando algo extraño. Parecía no haber un jefe que dirigiera la reunión, pero como si previamente se hubiera estudiado la función de cada uno, se repartían las labores sin equivocación. Después, una mujer de aproximadamente sesenta años, se colocó en el centro y dijo algo que no alcancé a escuchar, pero todos gritaron en prueba de aceptación, y del otro extremo del bosque salió un anciano, con apariencia de un bondadoso abuelo.
Todos aplaudieron su llegada y se pusieron de pie. Tomados de las manos empezaron a danzar en círculo, se escuchaba la música de un tamborcillo y una flauta, pero nunca pude ver de dónde salía. La danza se fue haciendo más rápida, para las edades de los participantes no resultaba congruente la fuerza y la rapidez con la que bailaban, pero allí estaban ante mis ojos, sus cuerpos viejos y aquella extraña energía que los movía sin cesar”.
Llegó un momento en el que algo en el centro de aquella danza hizo ruido, como un estallido sordo, como el de una botella al romperse dentro de un bote. Todos los presentes gritaron sin detener su alocado baile y pude ver una cabra, mejor dicho, un macho cabrío negro, con grandes cuernos. La sola vista me heló la sangre en las venas, fue algo muy parecido al miedo a lo desconocido. Sólo me sacó de aquella visión, el movimiento que empezó a generarse entre los asistentes, que de pronto se despojaron de sus ropas y se quedaron completamente desnudos, con sus cuerpos de ancianos, deformes por los años, con las pieles marchitas y opacas, pero ágiles como unos jovencitos en medio de aquella danza.
Después de todos se detuvieron, y la mujer de los setenta años, se colocó en el centro del grupo, al lado del animal, mientras dos más de aquellas ancianas se acercaron a ella y las tres, tomaron de la mesa recipientes que contenían algo como grasa, y una a la otra se dieron a la tarea de frotarse el cuerpo, con movimientos llenos de lujuria. Posteriormente, las tres ancianas danzaron alrededor del macho cabrío que parecía mirarlas complacido.
Las mujeres parecieron perder toda la fuerza y se desplomaron, dos de los asistentes corrieron hacia ellas para cubrirlas con algo que parecía una enorme capa negra. Luego las tres mujeres empezaron a despertar de su letargo y para mi sorpresa, en lugar de los cuerpos secos de las ancianas, se levantaron tres bellísimas mujeres, de esplendorosos cuerpos y los gritos y la danza siguió hasta transformarse en una escena grotesca. No sé cuanto tiempo pasó, me parecieron siglos, toda una vida corriendo. Ya dentro de mi auto, arranqué y sólo me detuve hasta llegar a mi casa. Tomé un trago de whisky y me fui a la ducha, dormí poco y mal, recordando las escenas que acababa de ver, Hoy que han pasado los años, aún no sé si fue un mal sueño o una realidad, pero una cosa si sé, que no he vuelto a adentrarme en lugares desconocidos, especialmente en la Noche de San Juan….
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