Por más lamentable que haya sido el mortal tiroteo del sábado en Buffalo, Nueva York, que cobró la vida de 10 personas, en su mayoría afroamericanos, a manos de un desequilibrado supremacista blanco, la cruda realidad es que era de anticiparse.
Parece que para una buena parte de la sociedad estadounidense —la más recalcitrante y supremacista— “resolver” los problemas sociales no es el diálogo, ni el análisis, ni mucho menos el entendimiento mutuo, sino recurrir a la violencia armada.
A nadie sorprende que un país lamentablemente dividido, en particular desde el ascenso del trumpismo al poder, donde un sector anglosajón cree que las crecientes minorías étnicas quieren reemplazarlos, sea terreno fértil para el desarrollo de fanáticos racistas que no dudan en sacar ventaja del otro flagelo que aqueja a esta nación: el fácil acceso a las armas.
Las 21 millones de armas de fuego, entre revólveres, escopetas y fusiles automáticos que según la propia National Sport Shooting Foundation (NSSF) se vendieron en Estados Unidos en 2020, son la prueba más fehaciente de que este mercado no dejará de fructificar mientras persista la tendencia hacia el racismo, que es a su vez caldo de cultivo de ese otro fenómeno más que aterrador: el terrorismo doméstico, al que son tan proclives los jóvenes blancos supremacistas, clientes cautivos de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por su sigla en inglés).
Y lo peor del caso es que sean figuras políticas y públicas las que echen leña al fuego con su retórica incendiaria, sin medir las consecuencias que pueda tener su discurso en una mente febril. Para muchas minorías, la principal preocupación es precisamente esa agenda nacionalista blanca, que promueve con vehemencia la teoría del “gran reemplazo”, un absurdo histórico que nada tiene que ver con el mundo que necesitamos hoy.
No olvidemos que han sido figuras republicanas, comenzando con el expresidente Donald Trump, quienes promueven, por ejemplo, la idea de que la frontera sur con México está “fuera de control” y que estamos siendo “invadidos” por indocumentados. De hecho, el manifiesto de Payton Gendron, el individuo de 18 años que perpetró la matanza en Buffalo, hace referencia a una “invasión” sin precedentes. Su odio por los afroamericanos lo llevó a escoger un supermercado en una zona de esa comunidad para llevar a cabo la matanza, pues latinos, afroamericanos, musulmanes, asiáticos o judíos, son blanco del odio y del prejuicio que mueve a estos individuos. Incluso lo son otros anglosajones que no compartan sus ideas, como el caso de Charlottesville, Virginia, donde otro desequilibrado embistió con su auto a una contramanifestación que repudiaba el mensaje racista del evento, matando a una joven anglosajona.
En 2019, en El Paso, Texas, otro supremacista blanco, Patrick Crusius, atacó a tiros un Walmart matando a 23 personas e hiriendo a otras 23 en su mayoría hispanos.
La teoría del “gran reemplazo” de anglosajones por parte de las minorías ha pasado de grupos extremistas y supremacistas blancos a ser normalizada por presentadores de televisión conservadores, como es el caso de Tucker Carlson, en Fox News, y de políticos republicanos que le han dado su visto bueno a un discurso racista.
En tanto, mientras de manera errónea dicen que la gente de color está tratando de “reemplazarlos” —como si la demografía fuera solo una invención mágica o un mito—, ellos están reaccionando de forma violenta y, al mismo tiempo, están atacando a las minorías, las están rechazando y, lo que es más grave, las están matando.
La retórica racista, tarde o temprano, siempre generará violencia y muerte.
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