En las amplias sabanas de la selva africana, vivia una manada de simpaticas cebras. En ella, se encontraba Lorima, la cebra mas bella y presumida.
En las amplias sabanas de la selva africana,
vivía una manada de simpáticas cebras.
En ella, se encontraba Lorima, la cebra más
bella y presumida de toda la manada. Sabía
ganarse muy bien el corazón de los machos
con sus encantos y artimañas, mientras que
sus compañeras tenían que conformarse con
quienes ella rechazaba.
Una mañana de primavera se acercó a la
manada un macho solitario. Se había separado
de la suya por diferencias con los demás
miembros de ésta y ahora solicitaba ser
admitido en tan alegre comunidad.
-¿Cómo te llamas?- le preguntó Lorima,
con su tono de voz seductor de siempre.
-Eso no importa. Los nombres se ponen y
se quitan según las circunstancias; al menos
eso creo yo- contestó el forastero.
¡Extraña respuesta! Lorima, como el resto
de las hembras de la manada, quedó prendada
del recién llegado, y se prometió a sí
misma que conquistaría su corazón.
Pese a su raro carácter, el visitante fue muy
bien acogido por la manada y pronto se
adaptó a las costumbres que en ella regían.
Él se había dado cuenta de la especial atención
que le daba Lorima y complacido con
su belleza, se dispuso a cortejarla.
Un hermoso atardecer, el forastero salió a
pasear por la selva y descubrió a una de las
hembras de la manada, que contemplaba la
puesta del sol. Era fea, pero de noble carácter.
Ambos hicieron rápida amistad, charlaron,
rieron y jugaron juntos y, pronto se
enamoraron.
El forastero había preferido la belleza espiritual
de Alisa, tal era el nombre de la cebra
feúcha, a la belleza puramente física de Lorima.
Así debe ser siempre, amigos.
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