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Licenciado Vidriera- Edición 45 2015

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Por Mario Soto Centeno 

“Si todo renace, ¿por qué fregaos no podemos renacer nosotros?” Esa  ha de haber sido la pregunta de los primitivos humanos cuando se dieron cuenta de las semillas nacían plantas y que el pasto se secaba y volvía a reverdecer… que el sol se moría y renacía, que… Eso sí, el susto que pasaron la primera noche como pensantes, cuando vieron que el sol desaparecía. Con gran miedo lo vieron como se iba apagando y desapareciendo. Esa primera noche de los pensantes les ha de haber parecido eterna, pensando que el sol había desaparecido para siempre… Pero si fue mucho el temor, fue más grande el gusto cuando vieron, después de esa larguísima primera noche, que el sol salía por otro lado de donde se había caído, cosa que no esperaban ni imaginaban.   Y no era un sol amarillento y moribundo como el que había desaparecido la tarde anterior, sino un sol nuevecito y resplandeciente, y después de varios días, con sus respectivas noches, fueron aprendiendo que el sol moría y renacía. 

  También se asustaron cuando se fueron las lluvias y la yerba se secó en los campos y todo parecía morir, otra vez hubo gran temor en los primeros hombres que no sabían qué hacer, pero al pasar de los meses el cielo empezó a cambiar y volvieron las nubes y las lluvias y los campos resucitaron, reverdecieron, renació la yerba y las plantas dieron frutos nuevos.  

  Lejos estaban todavía de asociar esos cambios con el movimiento de la tierra alrededor del sol y el girar de la misma sobre su eje…¡qué iban a saber de esas cosas!  Por eso les pareció fácil pensar que si había un ciclo en que todo florecía y otro en que todo se secaba, y que después del día venía una noche…seguida de otro día… y otra noche…., de igual manera a la vida le seguía la muerte, pero tendría que seguir otra vida, porque esa era la forma en que se comportaba la naturaleza… tenía que ser… ¡Tenía que ser!!!!

   Pero, no era. No fue, no es, ¿no será? 

  Los primitivos hombres vieron cómo sus muertos apestaban y se descomponían y eran pasto de las aves de rapiña y de las bestias. Entonces alguien tuvo la gran idea. Si las flores al secarse dan semilla y al enterrar esa semilla nace una planta… allí es donde estaban fallando. A los muertos había que enterrarlos para que nacieran, para que revivieran. Y empezaron a enterrar a los muertos. Otros no creyeron en el entierro y decidieron guardar a sus muertos en  parrillas altas, como zarzos de madera, otros los escondieron en cuevas, en lugares seguros, esperando ese renacer, ese seguirse de los ciclos, vida, muerte, vida muerte, vida… Pero esperaron y esperaron y los muertos seguían “muertos”, bien muertos, re muertos, hechos polvo, hechos nada… y no renacían.

   Allí nació el gran negocio del embalsamiento, de las momias, porque alguien convenció a los que podían pagar, que así como los gusanos se envolvían en un capullo y renacían convertidos en hermosas mariposas, con una envoltura especial los muertos renacerían convertidos en hombres alados y resplandecientes, “Ángeles”, pues. 

  Pero nada funcionó…  Algo andaba mal.  Pero no se dieron por perdidos los seres pensantes y empezaron a echar a volar la imaginación, y como la imaginación la tenían nuevecita podían imaginar muchas cosas, cosas que a nosotros ya nos cuesta imaginar. Por ejemplo, cuando perdieron la esperanza de que los cuerpos renacieran, se les ocurrió imaginar, que los muertos renacían con otra figura. Que reencarnaban, y hasta hace poco cuidaban a los niños cuando alguien moría y les tapaban la boca, porque creían que el “espíritu” del difunto  buscaba otro ser para meterse y seguir en el mundo….   Sí, ya habían descubierto el espíritu. Si el cuerpo se pudría, tenía que haber algo más en el ser humano que renacía en algún lado, en algún tiempo, en alguna forma…porque desde siempre nos hemos resistido a desaparecer, a morir para siempre…. y creo yo que allí fue donde los antiguos hombres tuvieron que recurrir a los sacerdotes y a las religiones con explicaciones “oficiales” y ritos y ceremonias y “oraciones” y embalsamientos e instrucciones bien claras para recorrer el camino de este mundo al otro.   Se les dejaba comida, se les dejaba un perrito para que los guaira, otros le ponían un palo con espinas para que se defendiera del diablo en su viaje al otro mundo…. ¿Diablo? ¿otro mundo? ¡Claro, ¿no sabías?! Hay diablo y hay otro mundo. Ese fue el primer gran descubrimiento de las religiones antiguas, de brujos y chamanes y sacerdotes egipcios y sirios y aztecas, porque en todas las culturas antiguas se imaginaron lugares, “otros mundos”, a donde van los muertos. Y hay tanta variedad en cielos e infiernos en la historia de la humanidad, que no por nada se necesitan mapas y serias instrucciones al morir para ir a dar a un lugar cierto y verdadero y no caer en un lugar imaginario, o ir a dar al lugar de muertos de otras razas y culturas. 

  Después de muchos años de sembrar a los muertos, acostados, sentados, parados, de ladito, bocarriba, bocabajo, envueltos, embalsamados, empanizados, en capullos, en sarcófagos a ver si salían con alas… ¡Nada! Nunca fructificó esa semilla. Mala semilla. ¡Quémenla! Y sí, ahora hasta religiones que no aceptaban la cremación de cadáveres, ahora la aceptan. Pero todavía siguen siendo solemnes y muy variados los ritos fúnebres, porque la muerte sigue siendo el gran enigma de la vida del hombre… Mientras tanto la celebramos de mil maneras a los muertos… mientras estemos vivos.   

                  ¡FELIZ DÍA DE MUERTOS!      

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