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LO PERFECTO, NO SIEMPRE ES LO MEJOR!

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La mayoría de padres nos precupamos porque nuestras hijos obtengan muy altas calificaciones, que sean sobresalientes y en consecuencia esperamos que al crecer estos, se conviertan en exitosos profesio

La mayoría de padres nos precupamos porque nuestras hijos obtengan muy altas calificaciones, que sean sobresalientes y en consecuencia esperamos que al crecer estos, se conviertan en exitosos profesionales con altas posiciones y salarios en el mundo empresarial, científico o político. Sin embargo, muchos progenitores se llevan una gran decepción, al darse cuenta que aquel niño de calificaciones excelentes que se aseguraba tendría un futuro brillante, al crecer, no alcanzó el éxito profesional que ellos tanto esperaban y anhelaban.

Estudios realizados en las más prestigiadas universidades del mundo: Oxford, Cambridge, Holanda, Harvard y Yale -por mencionar algunas- demuestran que rara vez los niños “A” ocupan altas posiciones en el mundo profesional. En el mundo del trabajo, los que son 100% teóricos carecen de criterio, desarrollan gran miedo a enfrentar riesgos y responsabilidades de actuar sobre la marcha. Carecen de su autoridad o de don de mando práctico, porque nunca ensayaron esa experiencia. Se vuelven amargados al ver cómo otros compañeros que siempre navegaron entre la B e inclusive la C como calificación, escalan altos puestos, ganan mucho más y son estimados por los altos directivos.

Es por eso que muchos estudiantes prodigio (niños de siempre A) acaban de empleados mal pagados debido a su pobre perfil psicológico, su limitada visión y falta de iniciativa o deficiente toma de decisiones. En la mayoría de estos trastornos, por lo general, y en  esto los padres tienen mucho que ver. Y es que a veces tanto alarde y exigencias de estudio hacia estos niños, muchas veces ocasiona un efecto contrario al que se desea; les arruina no sólo su infancia, sino toda su vida!

La presión excesiva de tener -que ser niño “A” para complacer a papá, mamá, abuelos y tíos, imposibilita al niño para desarrollar otras cualidades vitales a la hora de abrirse camino, negociar, manejar situaciones, lidiar dificultades o liderar gente; así como venderse a sí mismo vendiendo ideas y ejecutándolas. En cambio, quienes gozan una niñez y juventud más ricas en experiencias vivenciales, paralelas al estudio, son emprendedores, astutos, creativos y triunfan porque intercambian intereses con aptitudes. Estrenan actitudes y nuevos enfoques de logro en cada reto y nueva realidad.

Lo bueno, no siempre es perfecto Se cuenta que el padre de la teoría de la relatividad y quien aparte de dar al mundo la fórmula de la energía, fue un genio, Albert Einstein, reprobó matemáticas más de una vez. Y que Marconi, quien comunicara al mundo al inventar el telégrafo inalámbrico, fue considerado “casi un retrasado mental” en sus primeros años escolares. Sin embargo ellos desarrollaron su ingenio, gracias a que sus padres les dieron la oportunidad de intentar muchas cosas; jugar, realizar actividades más allá del estudio, les respetaron su derecho de hacer lo que amaban y de amar lo que hacían, sin importarles el rol para el que no habían nacido.

Eduque a su hijo no para que sea un genio, pero si un triunfador! Para que un niño logre salir de la “visión de túnel” y tener una visión panorámica de sí mismo y de la vida, es necesario darle desde niño, la seguridad de ser amado y querido siempre: ya sea que saque A’s o F’s. Cuando se premia el esfuerzo todo el tiempo, y no sólo los buenos resultados que logra el hijo, se está entrenando a un triunfador. “Ser un buen padre es saber ser un buen coach” -dijo el legendario entrenador de fútbol americano Vincent Lombardi. Y añadió: “Entrénale para desplegar poco a poco sus habilidades y todo lo que trae como don del cielo. Enséñale a jugar distintas posiciones: Ofensiva, defensiva, combativa, soportar el dolor, sobreponerse al fracaso, desarrollar estrategias de logro, reconocer el esfuerzo de otros tanto como el suyo propio, darle a saber que tiene todo el derecho de fallar y equivocarse como hombre (y mujer) de carne y hueso”.

Cuántos chicos dejan de jugar, de vivir, de ir a bailes, de tener novia, de practicar actividades sanas y estimulantes, porque tienen pavor de bajar una décima en sus calificaciones. Saben que enfrentarán toda la furia de sus padres. Está demostrado que muchos profesionales que fueron niños “A”, incluso los que obtuvieron su título por promedio y no por práctica

y defensa de tesis, ya en el trabajo se apoyan demasiado en la teoría. Cuando la vida les plantea nuevos retos y los saca de su “receta de cocina”, lejos de manejar problemas y variantes, se sacan de contexto (“de onda”) y en vez de tomar decisiones, dejan que otro decida y claro, los jefes y dueños de empresa prefieren a ejecutivos y técnicos dinámicos, en vez de una legión de genios cruzados de brazos, paralizados por el terror de no saber que hacer, de no arriesgarse por miedo a fallar. Y todo por haber sido programados para afanarse en desempeñar el rol de estudioso, niño bueno, el niño ‘‘A’’. Cuando los padres proyectan hacia sus hijos su propia incapacidad para destacarse y sobresalir de los demás, es cuando arruinan la vida de su hijo. Recuerde: ¡lo perfecto no siempre es lo mejor!

 

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