En el establo de un hipódromo vivían dos caballos de carreras, a cada cual mejor. Fuertes rapidos y de preciosa estampa, siempre causaban admiracion.
En el establo de un hipódromo vivían dos caballos
de carreras, a cada cual mejor. Fuertes
rápidos y de preciosa estampa, siempre causaban
la admiración de los espectadores que llenaban
las tribunas de aquel lugar. Unas veces
ganaba uno, y otras, el otro.
Por desgracia, existía entre ellos mucha rivalidad.
En el establo que compartían se miraban
con malos ojos y cada que podían se
desmoralizaban mutuamente.
– ¡Ya se que crees que eres mejor que yo. Pero
más vale que vayas quitándote eso de la cabeza,!
-le decía uno al otro.
– ¡Bah! Lo que pasa es que es tanta tu envidia
hacia mi que no te deja ni dormir, ¿verdad?.
Bien que sabes, en el fondo, que no me llegas
ni a la altura de la herradura -respondía el
otro, con gesto despreciativo. Y así se decían
de cosas constantemente.
Cierto día trajeron al mismo establo a un nuevo
caballo de carreras al que llamaron “Veloz”.
Era tan esbelto y brillante como ambos.
Estos, al verle llegar, se olvidaron de su mutua
rivalidad para vigilar al recién llegado. Sabían
que su nuevo compañero podía desbancarles.
Este, en cambio, no se tomaba las cosas tan a
pecho. Consideraba como amigos a los dos y
decía:
– No importa quien gane. Lo que cuenta es
disfrutar lo que uno hace.
“Veloz” ganaba con tanta frecuencia como
sus compañeros, pero jamás se ufanaba de
ellos. Estos empezaron a comprender que la
rivalidad era cosa de tontos. Desde entonces
los tres caballos se han hecho tan amigos que
cada uno disfruta del triunfo de los demás
como si fuera el suyo propio.
Moraleja:
Para una vida feliz vivir,
de la envidia debes desistir!
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