En una granja vivían cuatro cerditos; dos eran gordos y lustrosos; y los otros flacos y huesudos. Los primeros se la pasaban siempre riendose de sus compañeros menos
En una granja vivían cuatro cerditos; dos
eran gordos y lustrosos; y los otros flacos y
huesudos. Los primeros se la pasaban siempre
riéndose de sus compañeros menos favorecidos.
– ¡Ja, ja, ja! ¡Mírenlos Pobrecillos! Da lástima
verlos; no tienen más que esqueleto -dijo
el cerdo más gordo.
– No sirven para nada, amigos cerditos. Lo
mejor sería que el amo se deshiciese de ustedes
lo antes posible -apoyó el otro compañero,
también muy gordo.
Ante las continuas burlas de sus compañeros
gordos, los cerdos débiles comenzaron
a sentirse avergonzados de ellos mismos, y
por tal motivo, no se atrevían desde hacía
mucho tiempo, a mirarse en el espejo.
Intentaban consolarse uno al otro, pero rara
vez lo conseguían. Todo parecía estar cada
vez más en su contra.
Un día, el granjero bajó a la pocilga donde
se encontraban los cuatro cerditos dispuesto
a llevarse algunos de ellos. Hoy celebraba
su cumpleaños y quería festejarlo por todo
lo alto.
¿Qué cerdos imaginan que escogió?
Por su puesto, aquellos que estaban más
gordos y aprovechables.
¡Si hubieran visto con que envidia los cerdos
más lustrosos observaban a sus raquíticos
compañeros mientras ellos eran conducidos
al matadero!
Nunca se puede estar seguro de nada, amiguitos.
A veces, las apariencias engañan y la
miseria puede tener también sus ventajas.
Moraleja:
Si de la suerte de otros te sueles mofar,
serias consecuencias deberás afrontar!
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