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Los Gatos de Colores

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(Leyenda de origen Egipcio)

  De los palacios del Éufrates al valle de Luxor, se conocía a los gatos de miles de años atrás. Las pequeñas fieras atigradas tenían su forma ahora conocida: cuatro patas delgadas y ágiles, una larga cola juguetona. Dos orejas grandes en forma de triángulo, muy atentas. Era consabido que tenían un carácter voluble y el pelambre más negro que la noche. Entonces no había gatos de colores.

   En aquellos tiempos se adoraba al Sol, se daba por sentado que era el centro del universo, que era el más poderoso de los dioses y que, como todos ellos, tenía curiosidad por los asuntos humanos. Los dioses veían en los hombres un espejo, sólo que, como eran mortales, tenían el alma en vilo. Eso daba curiosidad al Sol, quería ver de cerca las emociones humanas.

   Para poder satisfacer su curiosidad, el Sol tenía que venir a la tierra, lo cual le significaba el problema de ausentarse de su lugar de trabajo. Para eso necesitaba la ayuda de la Luna. Juntos urdieron un plan.

   Una mañana, cuando el Sol levantaba en el horizonte, se vio aparecer a la Luna en el otro extremo del firmamento. Fueron ambos dioses acercándose en lo alto del cielo. Casi siempre blanca aunque fuera de día, la Luna fue convirtiéndose en un disco oscuro con filos de plata conforme se acercaba al Sol.

   Hasta que coincidieron en el cielo, la Luna tapó al Sol. En un instante, montado sobre el último rayo de luz, el dios del Sol bajó a la tierra. Como quería estar seguro de que nadie iba a reconocerlo, se transformó en lo más opuesto que pudo. Si era Dios, eligió ser gata, si era luminoso, eligió el negro total.

   Para desgracia del Sol en su visita antropológica, muchos no estaban en calma cuando bajó a la tierra. Esto que le permitía observar a los humanos los aterraba. El eclipse causaba miedo. La gente se tiraba al piso pidiendo la vuelta de la luz.

  Otros, los menos, respiraban con el alma en vilo sin encontrar respuesta. No sentían miedo, no tenían paz, se preguntaban por qué las aves volvían al bosque como si ya fuera de noche. ¿Serían en adelante así los días?

  Otros, todavía menos, no tenían miedo ni duda alguna, ésos estaban seguros de que la Luna también los protegía. Que todo, incluida la Luna, era creación del Sol y que, mientras él los protegiera, nada debían temer.

  En mitad de la confusión nadie reparaba en una gata negra que no se escondía lejos del barullo como los demás. Una gata que miraba a los hombres con ojos compasivos. Nadie pudo notar que era una gata feliz, erizada de emociones.

   Se hubiera quedado el Sol a vivir entre los humanos, de no ser porque la Luna se quedó dormida. La que debía cuidar un lugar fijo en el cielo siguió su camino. Al ver que pronto quedaría vacío el cielo, el Sol se apuró a tomar su lugar en el cielo.

   Fue la única vez que se vio a un rayo de luz partir de la tierra al Sol. Fue un rayo poderoso, precedido de miles de truenos, que dejó un hueco en la tierra, como boca de volcán. Al centro encontraron una gata que tenía partes blancas y partes naranjas.

  Es el origen de los gatos de colores. Se dice que los descendientes de aquella gata tienen todos los poderes de ser hijos del sol.

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