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Si ha elegido una zona montañosa para pasar sus vacaciones, practicar excursionismo, senderismo o esquí, tome en cuenta que el organismo no siempre se acostumbra al bajo nivel de oxígeno que hay en tales regiones y puede padecer el mal de montaña…
Mal de altura, Mal de montaña
Mareo
Edema pulmonar, líquido en los pulmones que puede costar la vida
Es un hecho que gran parte de los vacacionistas eligen como destino turístico las playas y zonas tropicales, pero también es cierto que hay quienes desean descansar y convivir con su familia en lugares diferentes, lejos de las palmeras, la arena, los cocos y las cacatúas, y por eso prefieren el paisaje montañoso.
Sin embargo, cabe recordar que estos destinos no están exentos de riesgos pues, a medida que viajamos a regiones cada vez más altas, disminuyen la presión atmosférica y la concentración de oxígeno, dando lugar a una serie de alteraciones que denominamos mal de altura o de montaña, mismo que puede tener consecuencias graves.
Los primeros síntomas de este padecimiento se llegan a experimentar desde los 2,200 metros sobre el nivel del mar, incluso antes en caso de que el organismo de la persona sea muy sensible. Por ello, es probable sufrir mal de altura al escalar con rapidez una serranía o ladera de un volcán, así como al visitar alguna población en los Andes (Sudamérica) o Nepal (Asia), cuya altura suele ser de 3,000 o 4,000 metros.
Desequilibrio corporal
La aparición del mal de montaña puede favorecerse por diversos factores, como sufrir cierto déficit de agua (deshidratación) o anemia (escasez o malformación de glóbulos rojos, encargados de transportar oxígeno), pero está claro que el principal causante es el ascenso de una altura considerable en poco tiempo.
Esto puede sucederle a una persona que vive a la altura del mar y llega en avión directo al Distrito Federal (2,235 metros de altura), así como a un habitante de la capital mexicana que arriba a Cuzco, Perú (3,400 metros), o a La Paz, Bolivia (3,665 metros). También llega a ocurrirle a quien, sin experiencia, decide repentinamente incursionar en el montañismo y “conquistar alguna cumbre” (como referencia, tome en cuenta la altura de los mayores volcanes de México: Citlaltépetl, 5,700 metros; Popocatépetl, 5,450, e Iztaccíhuatl, 5,280).
En tales circunstancias la concentración de oxígeno en la sangre disminuye, aumenta el ritmo cardiaco y la profundidad de la respiración, además de que se altera la distribución de agua y minerales (potasio y sodio) en tejidos. Todo esto puede traducirse en cierto grado de mareo, sensación de ahogo, fatiga, dolor de cabeza e insomnio, sin olvidar que el ejercicio intenso puede empeorar estos síntomas.
De acuerdo con aproximaciones estadísticas, 20% de las personas que visitan lugares con altitud entre 2,000 y 3,000 metros pueden padecer mal de altura, al igual que 50% de quienes viajan por encima de 3,500 metros y casi 100% de las que suben rápidamente 5,000 metros.
La mayoría de la gente se adapta sin mayor problema a las alturas de hasta 3,000 metros en unos cuantos días, pero aclimatarse a elevaciones mayores puede requerir incluso semanas, ya que el organismo debe responder a las nuevas circunstancias con la producción de más glóbulos rojos que transporten oxígeno a los tejidos.
Asimismo, es muy importante mencionar que cuando una persona no logra acostumbrarse a la altura, el mal de montaña genera dos serias complicaciones que pueden iniciar con síntomas leves (dolor de cabeza, insomnio, inapetencia o aturdimiento) o aparecen bruscamente:
Edema pulmonar de las alturas. Se refiere a la acumulación de líquido en pulmones, lo cual genera dificultad para respirar, tos, flemas con sangre, presión o dolor en el pecho, palpitaciones y fatiga. Los labios, bordes externos de las orejas y uñas pueden parecer azuladas (cianosis) debido a la falta de oxígeno. Por lo general, se produce entre 24 y 96 horas después del ascenso y es muy raro que ocurra en alturas por debajo de los 2,700 metros.
Edema cerebral de las alturas. Es ocasionado por la acumulación de líquido en el cerebro, por lo que es de mayor gravedad. Los síntomas son dificultad para caminar, torpeza para coordinar los movimientos de las manos, dolor de cabeza muy fuerte, náuseas, vómitos, irritabilidad, alucinaciones, confusión e, incluso, pérdida de conciencia y convulsiones. También se produce en un lapso de 24 a 96 horas después del ascenso.
Otras complicaciones, aunque menos severas, son el edema de las alturas, que ocasiona inflamación de manos, pies y cara debido a los cambios en la distribución de sales y agua, así como la hemorragia retiniana de las alturas, en la que aparecen pequeños puntos de sangre localizados en la retina o parte posterior del ojo. Ambos problemas suelen desaparecer poco después del descenso.
Atención oportuna
Cuando los síntomas del mal de montaña son leves, el reposo durante 24 a 48 horas, sin hacer ejercicio, junto con buena hidratación y dieta rica en azúcar, suelen ser suficientes para lograr la recuperación. Si se desea continuar el viaje hacia poblaciones o alturas mayores, primero hay que permitir que el organismo de la persona afectada se acostumbre y, para mayor tranquilidad, el paciente puede buscar orientación con los servicios médicos de la región.
Si las manifestaciones son más graves o empeoran, debe iniciarse de inmediato el descenso del afectado, siempre acompañado, a la menor altura posible (a veces, bajar 400 metros es suficiente para mejorar). Nunca se debe intentar un nuevo ascenso en caso de que la persona no se sienta mejor o cuando los síntomas no han desaparecido.
En estos casos es indispensable visitar al médico, a fin de que prescriba los medicamentos necesarios. Por principio, puede administrar oxígeno a través de mascarilla, además de analgésicos comunes para el dolor de cabeza (ácido acetilsalicílico, paracetamol). En cuanto al insomnio, sobre todo aquel en que hay pausas periódicas de la respiración durante el sueño, debe tratarse con acetazolamida y nunca con fármacos hipnóticos o sedantes, ya que empeoran el problema.
Mención aparte merecen los edemas pulmonar y cerebral de las alturas, pues sólo con sospechar de ellos se debe descender y buscar un hospital. La acumulación de líquido en pulmones se trata con un fármaco para controlar la presión sanguínea alta (nifedipina), oxígeno y, en casos graves, un respirador; por su parte, la inflamación del cerebro se trata con un medicamento específico (dexametasona).
Tome sus precauciones
Para evitar el desarrollo de la enfermedad es recomendable que tome su tiempo al viajar a alturas elevadas y que permita que su cuerpo se ajuste a la menor cantidad de oxígeno.
Si goza de buena salud, seguramente podrá ir desde el nivel del mar hasta los 2,500 metros en pocos días, pero si desea llegar a una altura superior, comience por aclimatarse a los 2,500 metros, luego suba 500 metros diarios como máximo, y nunca se obligue a continuar si presenta mal de montaña. Por ello, planifique su viaje para que tenga tiempo de disfrutar su estancia y realizar actividad física intensa.
Otras medidas de utilidad son las siguientes:
Pregunte con anticipación a su agencia de viajes, línea aérea u hotel acerca de la altitud de los lugares que visitará, e infórmese sobre los servicios médicos en caso de padecer mal de altura.
Evite el alcohol (sobre todo los primeros días), disminuya su consumo de sal, lleve una dieta rica en carbohidratos y azúcar, y beba más agua de lo habitual (3 ó 4 litros diarios).
Duerma a una altura menor que en la que estará durante el día. Por ejemplo, si realiza esquí o senderismo a 3,000 metros, duerma antes y después a una elevación de 2,500 metros.
Aumente conscientemente la profundidad de su respiración.
Si lleva algún tratamiento, pregunte a su médico sobre la conveniencia de modificarlo o suspenderlo. Por ejemplo, algunos tranquilizantes hacen que nuestra frecuencia respiratoria sea menor, y los anticonceptivos pueden provocar retención de agua.
Niños y personas mayores son más sensibles y su organismo resiente mayormente el bajo nivel de oxígeno. Por ello, es importante vigilarlos y reconocer en ellos los síntomas del mal de altura.
Si va a participar en una expedición a gran altitud, lo ideal es proveerse de oxígeno, bolsa de dormir y medicación apropiada para el tratamiento del mal de montaña. Los guías deben ser gente preparada y con experiencia.
En caso de que aparezca el padecimiento, es fundamental bajar unos cuantos metros y descansar en un albergue durante 24 ó 48 horas antes de reanudar el ascenso. Si los síntomas son graves, se continuará con el descenso de inmediato, siempre acompañado.
Nos queda mencionar que los especialistas señalan la existencia de grupos de personas con riesgo elevado y moderado al exponerse a gran altura. En el primero se encuentran quienes ya han padecido edema pulmonar o cerebral de las alturas, así como quien sufre anemia, enfermedad cardiaca o pulmonar crónica (enfisema, bronquitis, angina de pecho) y trastorno de coagulación sanguínea o con historial de trombosis (obstrucción de vías sanguíneas).
En el segundo se incluye a mujeres embarazadas, niños pequeños, personas con presión elevada (hipertensión) o que roncan (apnea obstructiva del sueño), y quienes han sido tratados con éxito de enfermedades cardiacas y pulmonares. Cualquiera de ellos debe consultar a su médico antes de viajar a regiones de miles de metros sobre el nivel del mar.
Esperamos que su estancia en las alturas sea placentera y que estas medidas de seguridad contribuyan a que su viaje sea inolvidable.
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