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Un duchazo helado obliga al organismo a compensar la repentina bajada de temperatura para recuperar los 36,5 grados centígrados que, por término medio, le corresponden a nuestro organismo para cumplir con sus necesidades fisiológicas.
Y este proceso, que implica un gasto de energía, se acompaña de una mayor sensación de calor. Dicho de otro modo, lejos de refrescarnos, nos sofoca.  De hecho, antes de tomar esta drástica medida, expertos como el neurocientífico australiano Robin McAllen, del Florey Institute of Neuroscience and Mental Health, recomiendan beber una taza de té caliente en los peores días de la canícula. Porque un brebaje humeante estimula la sudoración, el mejor mecanismo con el que cuenta el cuerpo humano para refrigerarse. Aunque el agua fría sí es recomendable para recuperarse tras realizar ejercicio intenso. Después de correr o montar en bicicleta, por ejemplo, un baño de veinticuatro minutos con agua entre 10 y 15 grados centígrados ayudará a que se recuperen tus músculos, según un estudio que publicaba el New England Journal of Medicine.

Huesos fosilizados expuestos por derrumbes de rocas o la erosión en los ríos han estado a la vista por más tiempo del que ha habido humanos en el planeta.
El escritor chino del siglo IV Zhang Ou menciona que se encontraron huesos de dragón en la provincia Sichuan, que podrían haber sido restos de un dinosaurio.
La leyenda griega del Grifo, que datan de 675a.C., pueden haberse basado en cráneos de protoceratops de Asia central.
Pero el primer dinosaurio que fue descrito científicamente fue un megalosaurus, por el paleontólogo británico William Buckland en 1824.
Los dientes y algunos huesos de un iguanodon habían sido encontrados dos años antes por la geóloga británica Mary Mantell, pero el dinosaurio mismo no fue descrito o nombrado hasta 1825.

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