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Pulgarcito

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Érase una vez un leñador y su mujer que tenían siete hijos. El menor de ellos era chiquitito, chiquitito, tanto como del tamaño de un dedo pulgar, y por eso lo llamaban Pulgarcito.

Adaptación del original de Charles Perrault

Érase una vez un leñador y su mujer que tenían siete hijos. El menor de ellos era chiquitito, chiquitito, tanto como del tamaño de un dedo pulgar, y por eso lo llamaban Pulgarcito.  Cierta noche, el pequeñín escuchó a sus padres hablar: Somos tan pobres que no podemos ni alimentar a nuestros hijos, lo mejor será abandonarlos en el bosque a su suerte, pues no podemos verles morir de hambre. Al oír esto, Pulgarcito como pudo corrió hacia al río para recoger algunos guijarros blancos, y luego volvió para dormir.

 A la mañana siguiente, los padres reunieron a sus hijos, y en lo más profundo del bosque, mientras ellos recogían leña, les abandonaron. Al darse cuenta, uno de los niños asustado exclamó -¿Qué haremos ahora? No conocemos el camino de regreso a casa. – No se preocupen hermanitos– dijo Pulgarcito – sólo tenemos que seguir los guijarros blancos que tiré mientras veníamos. Así lo hicieron, y pudieron volver a su hogar.

 Al día siguiente, después de darles un mendrugo de pan para desayunar, el leñador y su esposa volvieron a llevar a los niños al bosque. Y de nuevo, cuando éstos se descuidaron, los abandonaron. – Tranquilícense – dijo Pulgarcito – esta vez tiré migajas de pan por el camino, y podremos seguirlas para llegar a casa. Pero, ¡oh!, sorpresa: los pájaros se las habían comido.

 Todos lloraron y lloraron desconsoladamente. Pero Pulgarcito decidió hacer algo; así que se subió al árbol más alto que encontró y dijo: – Caminemos hacia el sur, allí se divisa una luz, debe haber un lugar habitado. Armados de valor, los niños caminaron a través del oscuro bosque, muertos de hambre y miedo, y al final llegaron frente a la puerta de un enorme castillo. Al tocar, una señora ogro les abrió la puerta: – Por favor, permítanos pasar aquí la noche señora – dijeron los niños. -Por supuesto pequeñines, pero debo advertirles que mi marido es un ogro muy malo y además le gusta comer carne de niño. Aún así, accedieron. 

 La ogresa les escondió bajo la cama y mientras preparaba la cena para su marido, pensaba como ayudar a aquellos chiquitines. Poco después llegó el malvado ogro, al que todos temían y que se había convertido en el terror de aquellas tierras.
– ¡Aquí huele a carne fresca! – Rugió el ogro. – Pues claro, – apuntó la ogresa – te he preparado 4 cerdos y dos terneros, casi crudos, como te gustan. – ¡Huelo a carne de humano! – Dijo el ogro y, levantándose, buscó por toda la casa y encontró a los siete niños. – ¡Me los comeré ahora mismo! – Añadió.

– ¿Por qué no esperas a mañana? Estaba guardándolos para preparártelos con salsa.- Dijo su mujer, que en realidad sentía simpatía por los chiquillos. – Está bien, entonces, dales de cenar para que no enflaquen y me los sirves para el desayuno.  La señora les acostó en una cama al lado de sus siete hijas, cuyas cabezas estaban adornadas por lindas coronas. Después se fue a dormir.

 Pulgarcito no podía conciliar el sueño pensando en que el ogro quizá sintiera hambre por la noche y se los comiera antes del amanecer. Así pues, colocó las siete coronas de las siete hijas del ogro sobre las cabezas de sus hermanos y la suya y se quedó dormido. Como había previsto, el gigante se levantó por la noche y anduvo sigilosamente hasta el cuarto que ocupaban los niños. -Tengo hambre -decía en susurros.

  Se acercó a la cama donde suponía que dormían Pulgarcito y sus hermanos, pero al tocar las coronas, pensó que se trataba de sus hijas y se dirigió hacia la otra cama: – Ñam, ñam, ñam. -se escuchaba- Ñam, ñam, ñam y ñam –De siete bocados se las comió y volvió a su cuarto a dormir. – Hermanos, hermanos, ¡despierten! – Acució Pulgarcito a sus hermanos – Debemos escapar, ¡Corran! ¡El ogro nos perseguirá cuando se dé cuenta de su error!

 Corrieron y corrieron, y a pesar de que siguieron corriendo hasta el amanecer, al mirar hacia atrás descubrieron que el ogro, gracias a sus botas mágicas de siete leguas, casi los alcanzaba. Pero la suerte estaba de su lado, pues gracias a la raíz sobresaltada de un árbol, el ogro tropezó y cayó al suelo perdiendo el sentido. Pulgarcito aprovechó el momento para quitarle las botas, sin las cuales, el ogro perdió gran parte de sus poderes.

 Con las botas puestas, Pulgarcito, acompañado por sus hermanos, fue a ver al rey de aquellas tierras quien, agradecido por haber liberado a su reino de la amenaza del ogro,  le recompensó con un costal lleno de monedas de oro.  Finalmente, los niños pudieron regresar a casa de sus padres, quienes al verlos, lloraron de alegría y de arrepentimiento, abrazando fuertemente a todos sus hijos. Desde ese momento vivieron felices gracias a Pulgarcito, el más pequeñito de todos, pero también demostró ser el más valiente.
 Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!!
 

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