Cuanto más nos alejamos de nuestra tierra natal, mayores son los vínculos a nuestra cultura, a nuestras costumbres y tradiciones. Nosotros, los latinos, estamos acostumbrados a volver a vivir nuestras costumbres y fiestas patronales, y las celebramos con “bombos y platillos”.
Muchas veces nuestras costumbres se fusionan dentro de la tradición norteamericana y logran convertirse en una tradición nacional. Por ejemplo, los estados fronterizos del sur convirtieron al Cinco de Mayo en una fecha alusiva a las costumbres mexicanas. Ya no es una celebración que recuerda a la defensa de Puebla por un ejército mexicano diezmado militarmente, el cual supo sobreponerse a su debilidad y pudo contrarrestar momentáneamente a un ejército franceses mucho más poderosos. El enfrentamiento sucedió precisamente un 5 de mayo, pero en 1862.
Por otra parte, Holloween es una tradición enteramente norteamericana, pero no el Día de los Muertos. En mi pueblo natal de Quime, Bolivia, y en otros lugares de América Latina, a esta fecha alusiva a los familiares que descansan en su aposento final se la conoce como Todos los Santos o simplemente “Todosantos”.
Desde que llegué a Estados Unidos, en septiembre de 1985, nunca más volví a ver y experimentar una celebración de Todosantos junto a mis familiares y en mi tierra natal. Sin embargo, el recuerdo de las costumbres y la cultura está vivo. No es más que recordar para volver a vivirla.
El día primero de noviembre es el día oficial de Todosantos. Todas las familias del pueblo instalan dentro de sus casas una “tumba” simbólica del difunto. Las familias normalmente cubren una mesa de comedor con un mantel de color oscuro, al cual lo adornan con diversos tipos de panes. Algunos tienen figuras de personas y animales, cubiertas con máscaras pintorescas de yeso. Para sentir el acompañamiento espiritual del difunto, se acostumbra dejar algunas prendas y platillos que, en vida, fueron los manjares preferidos del difunto. La mesa está rodeada de árboles de caña de azúcar.
Los familiares invitan a los amigos y personas allegadas a un manjar especial durante la hora de almuerzo. El único pago para recibir una suculenta y sustancial comida es encomendar el espíritu del difunto a los santos patrones y a Dios. En esta fecha, tal como sucede en Thanksgiving, nadie muere de hambre. Por el contrario, la solidaridad por el muerto hace que las enemistades de la gente se disipen.
Al día siguiente, el 2 de noviembre, toda la gente se reúne en el cementerio del pueblo para venerar a las almas perdidas. Al igual que en las casas, los familiares arman tumbas simbólicas fuera del cementerio para repartir comida, galletas, panes y bebidas en honor a los difuntos.
La celebración del Todosantos es indudablemente muy particular en Bolivia, especialmente en mi tierra natal de Quime.
Este año nuevamente no pude cumplir con el sueño de experimentar esa celebración surreal alusiva a los muertos. Sin embargo, tal como sucedió el año pasado y en otras ocasiones, la esperanza nunca muere. Yo creo que el próximo año finalmente estaré acompañando a esos amigos, personas conocidas y familiares que ya no son parte de nuestro mundo y viven en la gloria de lo desconocido.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move.
E-mail: hcletters@yahoo.com.
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