La empatía es una habilidad que los niños deben aprender a manejar dejando de lado el fuerte ego que está tan presente en los pequeños y en su desarrollo, no es fácil, pero es necesario para ellos y para que puedan crecer en armonía con su entorno. Gustavito, de dos años y su hermana Magdalena de cinco, corrían en el patio de recreo cuando, de pronto, Magdalena se cayó lastimándose la rodilla. Al oír los quejidos de su hermana, Gustavo corrió hacia ella, la miró a la cara y le preguntó: “Te has hecho daño?”. Como ella seguía llorando, él le pasó delicadamente el brazo sobre los hombros y le dijo: “Mada, no llores, te vas a curar”.
Gustavito actuó de ese modo, porque los niños a esa edad suelen estar pendientes de los sentimientos de los demás y son capaces de responder con generosidad y simpatía. Es un aspecto de su carácter que si no se fomenta, poco a poco se olvida conforme crece. El altruismo también forma parte de su carácter al igual que el enojo o la agresividad y, así como es necesario corregir las tendencias sociales “negativas” de los niños, es conveniente también alabar las positivas.
La capacidad de empatía y compasión forman parte del desarrollo del niño. El mundo emocional de éste empieza con el primer roce, con la amorosa mirada de sus padres, con su primera sonrisa.
A los dos años, el niño ya sabe describirse a sí mismo como “contento” o “triste”, y puede decir, “te quiero” y “te odio” con la misma intensidad. Nota enseguida cuando usted está enfadada y no tiene problemas en gritar o ponerse a saltar por todo el cuarto cuando es él quien se enoja.
Junto con adquirir consciencia de sus propias emociones, empieza a darse cuenta de que los demás también tiene sentimientos. En esa etapa de la vida, el deseo de explorarlo todo también incluye a las personas queridas. Al mismo tiempo que va descubriendo su sentido de identidad, aprende cuáles son las características que hacen que las personas sean diferentes entre sí. Generalmente no es necesario decirle al niño cuándo tiene que ser amable, ya que ésta es una reacción natural en él al igual que llorar o enfadarse. No obstante, conviene enfatizar positivamente sus inclinaciones altruistas.
Cuando el niño ve que sus padres lo escuchan, lo entienden y están cerca cuando los necesita, aprende a tratar a los demás con generosidad. Esta virtud no debe limitarse a la familia inmediata. Si en un autobús lleno de gente usted le dice a su hijo: “siéntate en mi falda para que esa señora del bastón se pueda sentar”, le está transmitiendo un mensaje muy poderoso. Por otro lado, no hay que olvidarse de alabarlo cuando tenga una actitud generosa. Sin necesidad de exagerar, basta con decirle: “Fue muy tierno de tu parte abrazar al bebé; creo que le gustó muchísimo”.
Si ve que su hijo no parece interesarse mucho en los demás, no muestra ningún signo de empatía o comprensión, quizá convenga averiguar si el estrés está afectando la relación con su hijo. Hágase una “inspección a fondo” y pregúntese si está dedicando tiempo suficiente a su niño. Trate de estar con él más a menudo. Léale cuentos y llévelo a pasear, o simplemente estén juntos. Descubrirá que, sin mucho esfuerzo, la capacidad de comprensión y generosidad de su hijo pronto saldrá a flote.
Comparte
Siguenos en Redes Sociales
El Aviso Magazine El Aviso Magazine El Aviso Magazine