Cuando ya eres padre, tienes la enorme responsabilidad de ayudar con las obligaciones de tu pareja, no solo para llevar dinero a la casa, sino también para ser parte de la educación y la crianza de tus hijos. Tarde o temprano llegará ese momento; es algo que no se puede evitar pues, de lo contrario, no se te puede llamar padre.
En mi caso, esta responsabilidad me llegó bastante temprano, justo un día después de que mi bebé naciera. Fabián, mi primer hijo, tuvo una complicación que lo obligó a estar en cuidados especiales del hospital. Yo me aparecía a cada momento para conocer su estado de salud, saludarlo, besarlo y llevarle noticias a mi esposa, quien se recuperaba del parto.
En la segunda visita que le hice a mi hijo, vi que la enfermera cambiaba las sábanas de la camita de Fabián. Luego, ella me pregunto si yo quería cambiarle el pañal. La verdad que lo pensé, pues mi practica había sido con muñecos y sin tanta cosa encima, pues su cuerpo tenia cables para registrar sus signos vitales. Esta vez no estaba mi esposa para salvarme de lo que muchos padres hacen usualmente semanas después de nacer sus hijos; así que solo yo estaba presente para enfrentar el reto. Respiré hondo y me di valor para hacerlo: lo acepté y me preparé psicológicamente. Entonces sucedió algo que me ayudó a liberar la tensión que tenía. La enfermera le quito el pañal para que yo le pusiera el nuevo y no pasó ni un segundo cuando Fabian roció no solo las sábanas nuevas y frescas de su cama, sino también a la enfermera, quien solo pudo exclamar: “What the…”, obligándola a cambiar de nuevo todas las sábanas.
Yo no sabia si reír -ganas no me faltaban- o disculpare por lo que mi hijo había hecho, pero Fabián me regaló una amplia sonrisa que nunca olvidaré. Eso me ayudó en definitiva a liberarme.
Así pude ponerle el pañal como debe ser, aun en medio de cables y sujetando unas piernas que son del grosor de mi dedo gordo; tan frágiles que parecía que las iba a romper al instante. Ahí entendí que la responsabilidad de nosotros, los papás, es ayudar a la mamá no solo a cambiar pañales, sino a ser parte de la crianza y educación de nuestros hijos. Será fácil o difícil a veces, pero tarde o temprano nos toca hacerlo.
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