Me voy no porque no te ame,
sino porque te amo demasiado.
La cruel avalancha de silencio
entre nosotros
sepultó caricias, trinos y suspiros.
Y las noches se volvieron
un lúgubre carrusel
donde nuestros cuerpos
jugaban a dar vueltas
para no encontrarse.
Por eso, humildemente
te dejo mi silencio,
los pocos latidos de felicidad
que alguna vez arranqué
a tu corazón
y la sonrisa ancha
de tus labios
cuando en ellos se anidaba
la ternura.
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