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Ukatangi’ el Águila

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(Una Leyenda  esquimal de Alaska)

 Al principio de los tiempos, algunos animales eran distintos. El águila estaba lejos de ser esa ave que domina los aires con sus alas imponentes y su vista refinada. Su carácter no podía ser más distante que el que tiene hoy día, pues no era segura de sí misma ni daba a sus movimientos la exactitud de quien sabe lo que hace. De hecho, ni siquiera se llamaba águila, era conocida más bien como Ukatangi.

 Ukatangi ya se contaba entre las más grandes de las aves. Tenía en cada pata cuatro garras capaces de triturar huesos o hasta piedras. Llevaba siempre levantada una cabeza altiva, cuyo pico causaba respeto por su tamaño y lo afilado de su punta. Suyas eran ya las enormes alas que tienen las águilas hoy día. Sin embargo, Ukatangi andaba por el mundo sobre sus dos patas. Jamás había levantado el vuelo, lo que la había hecho famosa entre los demás animales.

 Con todo, Ukatangi tenía otra característica que le había vuelto aún más célebre. Le gustaba hablar, y vaya que si le gustaba. Solía abrir el pico desde que abría el ojo y no lo cerraba hasta el dormir. De hecho, el mismo apodo que se había ganado: Ukatangi, significa “parlanchín”. En el bosque los animales sabían que, donde había charla, allí estaba él.

 Nada le soltaba más la lengua a Ukatangi que cuando escuchaba los aullidos de los lobos rebotar y hacer eco en las montañas. La pura palabra “lobo” hacía que Ukatangi recordara y recitara las mejores formas de evadir colmillos y encerronas de manada.

 Y hablaba tanto que sólo se escuchaba a sí mismo. No llegaba a sus oídos el suave cantar del agua del río. Menos oía el suave vaivén de los árboles meciéndose al viento. Por no escuchar, ni se enteraba de las nubes grises y los truenos que anunciaban la tormenta. Lo que definitivamente no oía era a los lobos.

 Hasta una tarde que el Halcón se acercó a Ukatangi y le soltó unas pocas palabras:
– Los lobos tienen hambre. Si dejaras de hablar, podrías oírlo. También podrías escuchar al viento. Y, cuando escuches al viento, podrás volar.

 A las sabias palabras del Halcón, Ukatangi respondió con uno de sus discursos elocuentes y sabios. Cualquiera de los presentes podía decir que estaba en lo cierto, pero el halcón miró a Ukatangi un poco decepcionado y, antes de levantar el vuelo, dijo:
– Piensa en lo que te he dicho.

 Como los lobos seguían aullando, Ukatangi siguió hable que hable. Parecía que no había prestado oído alguno a lo dicho por el halcón, pero las palabras de éste fueron haciendo poco a poco su trabajo. Hasta que Ukatangi se quedó pensando en lo dicho por el halcón y, ¡sorpresa!, por quedarse pensando, dejó de hablar.

 Al cerrar el pico extendió las alas. Fue entonces que pudo escuchar al viento, y hacerlo no sólo con el oído, sino con todas y cada una de sus plumas. Ukatangi cerró los ojos para escuchar mejor. Cuando volvió a abrirlos, ya estaba suspendida en el aire, majestuosa y sonriente.

 Ese día, Ukatangi salió disparada hacia las nubes y reclamó el sitio que hoy día tiene entre las aves. A partir de entonces ha hablado poco. Todo lo que tiene que decir, lo dice su propio vuelo.

  Por eso, con el tiempo perdió el apodo y comenzó a llamársele águila.

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