Roncín era un potro cada vez más desconfiado con los demás. Y no sin motivos. Aquí te contamos por qué.
El padre de Roncín era inmensamente rico; por esa razón le salieron a su hijo amigos por doquier. El tan ingenuo, creía que le querían por él mismo. Su decepción llegó cuando, tras arruinarse su padre, Roncín vio que sus amigos se apartaban de él y se burlaban de su nueva situación. ¡Qué experiencia tan desagradable!
Pasó el tiempo y Roncín, convertido ya en caballo hecho y derecho, amasó una fortuna, a fuerza de ganar carreras.
Con ironía, comprobó cómo sus antiguos “amigos” de la infancia, volvían a solicitar su compañía. Claro, se sentían atraídos por su dinero. Roncín los rechazó, sin titubear.
-A mí no me engañan con su hipocresía. Son incapaces de amar a los demás, porque están llenos de codicia- les dijo a todos, muy disgustado.
Casualmente, entabló amistad con Cebrón, quien parecía deseoso de cultivar su amistad, Roncín, desconfiado como siempre, decidió someterlo a una prueba, diciéndole que había perdido toda su fortuna en las apuestas.
-No te preocupes -le respondió Cebrón-. Yo te doy el dinero que te haga falta para salir de tu mala racha. Roncín comprendió que la amistad ofrecida por Cebrón era sincera. ¡Por fin había encontrado un amigo de verdad!.
Amiguito, un verdadero amigo
Moraleja: en las buenas y en las malas estará contigo!!
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