“El llegó a la casa un día y me dijo que ya no quería estar conmigo”
Esta es la experiencia de Josefina Espínola de 36 años, que trabaja en un banco. Nuestra amiga comparte su historia en el amor, y nos manda un mensaje de esperanza para todos aquellos que se cerraron la puertas al amor… la persona indicada llega en el momento indicado.
“Hace dos años, a pocos días de cumplir 34, me rompieron el corazón. Esta fue para mí de las experiencias vitales más duras que me ha tocado vivir.
Llevábamos casi seis años juntos y en todo ese tiempo nunca me detuve a pensar si realmente estábamos felices y tranquilos con nuestra relación. Creo que todo mi entorno lo quería mucho, incluyendo mi familia, y me dejé llevar por esa presión externa de tener que mantener las apariencias. Para los demás, éramos una pareja ideal. Lo pasábamos bien, teníamos una comunicación muy fluida y nos apoyábamos mutuamente. Pero eso era lo que proyectábamos hacia afuera. Llegada la noche, y cuando volvíamos a la casa, apagábamos la luz y nos acostábamos en silencio. Agotados del gran montaje que desplegamos durante el día.
Si el resto nos veía bien, probablemente lo estábamos, pensaba yo. Pero finalmente, él llegó a la casa un día y me dijo que ya no quería estar conmigo. Me quería mucho, me respetaba y en el fondo le daba pena dejarme ir, porque disfrutaba la vida que habíamos armado juntos. Pero no se sentía pleno. Creo que la expresión exacta que usó fue “que no se sentía realizado”.
Yo no entendí nada, o más bien me sentí engañada. Sentía que los dos llevábamos mucho tiempo fingiendo, pero que habíamos acordado tácitamente que así fuera.
Sentí que él habló por sí solo y no se detuvo a pensar en lo que habían sido esos años para mí o cómo me estaba sintiendo yo. Su acercamiento fue poco personalizado y más bien individualista. Escuché mucho “yo, yo, yo” y ni un solo “nosotros”, y eso me decepcionó.
Decidimos terminar, o más bien él lo decidió, y se fue a vivir a la casa de un amigo. Al poco tiempo supe que estaba en una relación con una compañera de trabajo. No quise preguntar si eso venía ocurriendo hace tiempo, porque a esas alturas ya no quería sentirme aun más decepcionada. Había perdido mucho tiempo en postergar mis necesidades con tal de calzar con un molde. Con tal de cumplir las expectativas de los demás.
Pero ya no quería cumplir con lo que se esperaba de mí, porque eso iba en contra de mis propios deseos. Más bien quería ocuparme de mí misma y entender por qué mi tendencia había sido hasta entonces la de ponerme en segundo lugar. ¿Por qué estuve dispuesta a ceder, a fingir, a no preguntar y a dejar pasar los años sin poner un límite a una situación que no me estaba acomodando?
Ese proceso fue muy complejo y me costó mucho. Fui a terapia, recurrí innumerables veces a mi red de apoyo y lloré cada vez que pude. No me guardé ni una sola lágrima. Yo siempre había sido muy estructurada y cualquier cosa que se saliera de ese esquema me complicaba. Juraba que nos íbamos a casar a los 35, que íbamos a tener hijos y que íbamos a pasar la vida juntos. Para bien y para mal. Tener que romper con esa ilusión o idea preconcebida fue quizás lo más difícil. Y ni hablar de lo devastador que fue sentirme engañada.
Pasé un año entero así, esquivando cualquier posibilidad de apertura y de generar encuentros amorosos. Me refugié en mis amistades y en mi hermana mayor, quien insistió mucho con respecto a la importancia de volver a confiar. Yo la escuchaba, pero no lograba materializarlo. Me habían hecho daño y me daba miedo volver a pasar por lo mismo.
Pero hace nueve meses conocí a alguien, y como si hubiese desaparecido del día a la mañana esa sensación amarga que cargaba, me entregué nuevamente a la posibilidad de amar. No es una persona que conocía de antes y tampoco alguien que calzaría con el estilo de hombres que me ha gustado en el pasado, por lo que todo ha sido nuevo. Y eso me fascina.
El desamor está ahí y lo siento; cada cierto tiempo recuerdo a mi ex, recuerdo la oscuridad en la que estuve metida y veo que todavía aparece una rabia. Pero cada vez estoy más cercana a una entrega absoluta y a su vez a un desapego hacia todas las creencias que solía tener, tanto de mí como de cómo debía ser la vida, el amor y el matrimonio.
Guardando las proporciones, siento que toqué fondo y eso me permitió entender que no quería seguir castigándome y que más bien quería darme una oportunidad de quererme y también de estar abierta al presente y a lo que se me cruzara en el camino. La vida es mucho mejor cuando soltamos el pasado, cuando asumimos que no todo es una tragedia griega y nos permitimos indagar en lo que está ahí al alcance”.
Por Josefina Espínola en conversación con Emiliana Pariente
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