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Amor Verdadero

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El día que mi Hija nació, en verdad no sentí gran alegría. Por que la decepción que sentía parecía, ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener una hija… ¡¡Yo quería un varón!! A

El día que mi Hija nació, en verdad no sentí gran alegría. Por que la decepción que sentía parecía, ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener una hija… ¡¡Yo quería un varón!! A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y agotada y la otra radiante y dormilona. En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de mi Laurita y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura… Su carita, su sonrisa y su mirada no se apartaban ni un instante de mis pensamientos, en cada niño o niña la veía, hacía planes sobre planes, todo sería para ella”

Este relato era contado a menudo por Rodolfo, el padre de Laurita. Una tarde estaban varias familias, entre ellas la de Rodolfo, haciendo un picnic, cuando la niña entabló una conversación con su papá, todos escuchábamos: Papi,… cuando cumpla quince años ¿Cuál Será mi regalo?

– Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿No te parece que falta mucho para esa fecha? Bueno, pero tú dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí…. La conversación se generalizó y todos participaron de ella. Para ese entonces, Laurita ocupaba toda la alegría de la casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente en el de su papá.

Cuando entre familiares y amigos se hablaba de estudios de los hijos, Rodolfo con gran orgullo mostraba las calificaciones de su hija, eran notas impresionantes, ninguna bajaba de diez puntos y los estímulos que le habían escrito sus profesores eran realmente conmovedores. Fue un Domingo muy temprano cuando al entrar a la iglesia, Laurita tropezó con algo, eso creíamos todos y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para que no cayera… Ya instalados, vimos como la chica fue cayendo lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento.

La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi hacia el hospital. Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, qué debían practicarle otras pruebas. Los días iban pasando, Rodolfo renunció al trabajo para dedicarse al cuidado de Laurita, su madre quería hacerlo pero decidieron que
ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él. Una mañana Rodolfo se encontraba al lado de su hija, cuando ella le preguntó: ¿Voy a morir, no es cierto? ¿Te lo dijeron los doctores?

No mi amor… no vas a morir, Dios que es tan grande, no permitiría que pierda lo que más he amado sobre este mundo -respondió. – Papá, ¿los muertos van a algún lugar? ¿Pueden ver desde lo alto a su familia? ¿Sabes si pueden volver? preguntaba su Hija. Bueno hija…, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola, estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el viento para venir a verte.

¿Al viento? ¿Y cómo lo harías?

No tengo la menor idea hijita, sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo, cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas. Ese mismo día por la tarde, llamaron a Rodolfo, el asunto era grave, su hija estaba muriendo. Necesitaban urgentemente un corazón, pues el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más. ¡UN CORAZÓN! ¿Dónde hallar un corazón? ¡Un corazón! -¿Dónde Dios mío?… ¿Dónde? Ese mismo mes, Laurita cumpliría sus quince años. Y fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar.
El Domingo por la tarde, la joven estaba operada, todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total! Sin embargo, Rodolfo todavía no había vuelto por el hospital y la chica lo extrañaba; su mamá le decía que ya todo estaba muy bien y que su papito sería el que trabajaría para sostener la familia. Laurita permaneció en el hospital, quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte.

Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre. “Hija de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no estar a tu lado en este instante.
Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija… Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras. ¡¡Vive hija!! ¡¡Te amo con todo mi corazón!!”

Laurita lloró todo el día y toda la noche; Al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá; lloró como nadie lo ha hecho y susurró: “Papi,… ahora puedo comprender cuanto me amabas yo también te amaba y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo la importancia de decir “Te Amo” y te pediría perdón por haber guardado silencio tantas veces”. En ese instante las copas de los árboles se mecieron suavemente, cayeron algunas hojas y florecillas, y una suave brisa rozó las mejillas de Laurita, alzó la mirada al cielo, intentó secar las lágrimas de su rostro, se levantó y emprendió regreso a su hogar…

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