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Las orejas del conejo

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Al principio el conejo era diferente a como es hoy. Tenía el mismo cuerpo regordete que luce ahora. Lo gordito le venía en realidad del pelambre, terso y blanco. Eran las mismas sus patas delgadas y ágiles. Pero le faltaban sus orejotas. Tenía unas orejitas que apenas sobresalían de la cabeza.
En el bosque era bien conocido el modo de andar del conejo, siempre a las prisas. Sus conversaciones eran iguales, como si el sol le apurara. Siempre tenía que estar en alguna parte y siempre se le hacía tarde. El conejo metía las narices en los asuntos de cualquier cueva o árbol. Por un lado daba noticias, por otro hacía favores.
Era el conejo como un comerciante que necesita caminos abiertos y puertos amigables. En cambio, de vez en tarde se llevaba una tunda a garras de bravucones. Su problema era que estaba expuesto a los ataques de animales abusivos.
Una tarde, al acabar uno de los asaltos, lloraba de rabia el conejo pensando en por qué le faltaban a él las garras de los jaguares. ¿Qué tal el rugido de un león? Pudieron haber sido la mandíbula del lobo, los cuernos de los venados. Si se trataba de defenderse, ¿por qué no, al menos, las alas de los pájaros?
Hubo un ave que escuchó al conejo lamentarse. Se posó en una rama cercana, le contó de un dios que podía ayudarlo. Era el dios de la creación, que vivía en el pico de la montaña más alta del bosque.
Con ayuda del ave, que lo dejó en un sendero montaña arriba, el conejo hubo de subir escaleras por más de un día. Allá donde la nieve desaparecía el camino, había un pequeño valle. Al verse frente al dios, el conejo no podía creer su suerte. El dios estaba durmiendo.
Se atrevió el conejo a despertar al dios. Y expuso su problema. Dios accedió a hacerlo más grande a cambio de que presentara las pieles de un cocodrilo, una serpiente y un mono. La empresa parecía imposible, pero no lo era, pues gracias a que conocía a todos en el bosque, el conejo pudo pedir de favor las pieles un rato, lo justo para enseñarlas y devolverlas después.
Otra vez dormía el dios cuando el conejo volvió con las pieles y nuevamente lo despertó.  Estaba sorprendido dios de la habilidad del conejo de haber hecho amigos entre sus enemigos naturales. Tomó la cabeza del conejo entre sus manos e hizo crecer unas orejas estupendas.
 -Has demostrado que sabes escuchar a tus amigos. Con estas orejas más grandes, aprenderás a escuchar de lejos de tus enemigos.
Fue así como el conejo se volvió orejón. Haciendo del arte de escuchar bien la gran arma defensiva. A partir de entonces, cuando los bravucones se le acercaban en el camino, él los oía venir y se escurría antes de que lo vieran.

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