Estas son de las cosas que verdaderamente me llenan de rabia y de indignación también de vergüenza. Fue lo que le pasó a Heriberto Rodríguez Guevara, un
“Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando
parte de ella…”
Joan Báez, cantante estadounidense
Estas son de las cosas que verdaderamente me llenan de rabia y de indignación,
también de vergüenza. Fue lo que le pasó a Heriberto Rodríguez Guevara, un
inmigrante mexicano, originario del estado de Hidalgo que vive en Denver,
Colorado, y que la semana pasada salió con rumbo a su tierra para pasar ahí las
fiestas de fin de año.
Su caso es muy parecido al de tantos paisanos que ni después de encomendarse
a todos los santos, logran escapar de la terrible corrupción de las autoridades
mexicanas y de los famosos asaltos en carretera. Nadie sabe bien qué fue lo
que le pasó ni como fue que terminó inconsciente en un hospital del Nueva
Rosita, Coahuila, cerca de la frontera con Estados Unidos. El asunto es que él
había decidido darles una sorpresa a sus familiares. Así que, sin avisarles, se
puso al volante de su auto, lo llenó de regalos y emprendió el viaje por tierra.
Muy contento y muy entusiasmado debe haber cruzado la línea pensando en
los momentos de alegría que le esperaban en casa. Muy feliz debió haberse
sentido cuando en alguna parada comió algún antojito de los que por alguna
extraña razón, aquí no saben igual. Pero también, imagino su miedo y su impotencia
cuando alguien le marcó el alto a mitad del camino. ¿Quizás habrán sido
policías federales de caminos o judiciales del estado de Coahuila?, o tal vez
delincuentes comunes, que para el caso viene siendo lo mismo.
El hecho es que a Heriberto le pusieron tremenda golpiza antes de robarle su
auto, sus dólares que con tanto esfuerzo estuvo ahorrando durante todo el año
y por supuesto los regalos que con tanta ilusión había comprado. El reporte de
los médicos revela una serie de lesiones que ponen en peligro su vida: fractura
de clavícula, daño en plexo braquial y contusión severa de cráneo con posibilidad
de daños irreversibles. Heriberto ya abre los ojos, pero no ha podido articular
ni una palabra desde que lo asaltaron. Tampoco se sabe aún si en algún
momento podrá hacerlo y denunciar a los responsables. De cualquier modo,
muy poca sería la diferencia. Usted sabe perfectamente lo difícil que resulta en
México ir en contra de la policía corrupta o la delincuencia organizada.
Hoy, mientras Heriberto y su familia viven una horrible pesadilla, esos hampones
deben estar cometiendo nuevos atracos en contra de su propia gente. Para
ellos es muy fácil elegir a sus presas. Basta con mirar las placas del vehículo
para saber que son paisanos y que llevan billetes verdes. Se saben impunes.
Se sienten intocables. ¡Ah!, pero eso sí, qué bonitos los letreros y que vistosos
los folletos de “Bienvenido Paisano” como le llaman a ese mentado programa,
creado en 1989 dizque para proteger a los migrantes que en esta época regresan
a México.
¿Cómo me gustaría que los encargados de ese programa hicieran la prueba de
viajar de incógnitos haciendo el mismo trayecto y trayendo las mismas cosas
que los migrantes?, ¿ustedes creen que se atreverían?… Digan lo que digan,
lo dudo mucho.
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