Durante los duros años de la Revolución, en un pueblo pequeño de Aguascalientes, México, solía llegar al almacén del Sr. Muro, (Don Chava, como lo conocían muchos) para comprar productos frescos.
Escrito por: Carlos Romero // Colaboración especial: Jael H.
Durante los duros años de la Revolución, en un pueblo pequeño de Aguascalientes, México, solía llegar al almacén del Sr. Muro, (Don Chava, como lo conocían muchos) para comprar productos frescos. La comida y el dinero faltaban en aquellos días por lo que el trueque se usaba mucho.
Un día en particular, el Sr. Muro me estaba empaquetando unas papas.
De repente me fijé en un niño pequeño, delicado de cuerpo y aspecto, con ropa raída pero limpia que miraba atentamente un cajón de peras frescas y maravillosas. Pagué mis papas pero también me sentí atraído por el aspecto de las peras. Y admirando las peras, no pude evitar escuchar la conversación entre el Sr. Muro y el niño.
— «Hola Toño, ¿cómo estás hoy?»
• «Hola Don Chava. Estoy bien, gracias….. sólo admiraba las peras… se ven muy bien» — «Sí, son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?»
• «Bien. Aunque cada vez más regañona» — «¡Qué bueno!…. ¿En qué te puedo ayudar?»
• «En nada señor. Sólo admiraba las peras» — ¿Te gustaría llevar algunas a casa?»
• «¡Pues si!. Pero no tengo con qué pagarlas» — «Bueno, ¿qué tienes para cambiar por ellas?
• «Lo único que tengo es esto, mi canica de la buena suerte… con ella gano siempre que juego!» — ¿De veras? ¿Me la dejas ver?»
• «Aquí está. ¡Es una joya!» — «Ya lo veo. El único problema es que ésta es azul y a mí me gustan las rojas… ¿Tienes alguna como esta, pero roja, en casa?»
• «Pues no roja… pero casi» — «Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de peras a casa y la próxima vez que vengas tráeme la canica roja que tienes» — «¡Claro!. Gracias don Chava»
La esposa del Sr. Muro se me acercó a atenderme y con una sonrisa me dijo: “Hay dos niños más como él en nuestro barrio, todos en situación muy pobre… A Salvador le encanta hacer trueque con ellos por peras, manzanas, tomates, o lo que sea. Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de mercadería y la promesa de traer una canica color naranja o verde tal vez”.
Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.
Un tiempo después me mudé a Guadalajara pero nunca me olvidé de este hombre, de los niños y de los trueques entre ellos.
Varios años pasaron, cada uno más rápidamente que el anterior. Recientemente tuve la oportunidad de visitar unos amigos en esa ciudad de Aguascalientes. Mientras estuve allí, me enteré que el Sr. Muro acababa de morir. Esa noche sería su velorio y sabiendo que mis amigos querían ir, decidí acompañarlos.
Al llegar a la funeraria, nos pusimos en fila para conocer a los parientes del difunto y para ofrecer nuestro pésame…. Delante nuestro, en la fila, había tres hombres jóvenes.
Uno tenía puesto un uniforme militar y los otros dos parecían profesionales, vestidos con costosos trajes oscuros con camisas blancas.
Se acercaron a la Sra. Carmelita, quien aunque muy anciana, se encontraba al lado de su difunto esposo, tranquila y sonriendo.
Cada uno de los hombres la abrazó con mucho cariño, la besó, conversó brevemente con ella y luego se acercaron al ataúd.
Los marchitos ojos, llenos de lágrimas de Carmelita los siguió, mientras cada uno tocaba con su mano cálida, la mano fría dentro del ataúd… Cada uno se retiró de la funeraria limpiándose los ojos.
Llegó nuestro turno y al acercarme a la viuda le dije quién era y le recordé lo que me había contado años atrás sobre las canicas.
Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me condujo al ataúd.
«Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los tres chicos de las canicas rojas. Me acaban de decir cuanto agradecían los «trueques» de Salvador. Ahora que Chava no podía cambiar de parecer sobre el tamaño o color de las canicas, vinieron a pagar su deuda.
“«Nunca hemos tenido riqueza» -me confió- «pero ahora estoy segura que Salvador se consideraría el hombre más rico del mundo”.
Con una ternura amorosa levantó los dedos sin vida de su esposo y pude ver que debajo de ellos había tres canicas rojas exquisitamente brillantes….
Moraleja: No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones…. … ¿Y tú, estás haciendo algo para que cuando partas, se te recuerde por lo que hiciste?
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