Definitivamente, tenemos un desquiciado de la mente en la Casa Blanca. Ya sabemos que la guerra comercial contra China es totalmente contradictoria al desarrollo del país. Desacelera el crecimiento económico, desestimula la inversión y desalienta a los consumidores.
Si lo anterior es un desastre, un incremento de 5% de arancel a los productos mexicanos sería como “si nos pusiéramos la pistola en la cabeza”. No lo digo yo, lo dijo el senador republicano de Texas John Cornyn.
Si Cornyn comenta que con 5% de aranceles extras nos conduce al suicidio, otros 20% en el mes de octubre, yo creo que nos convertiría en “terroristas” del mercado. Suena dramático, pero si utilizamos la analogía de Cornyn, es justamente lo que estaría ocurriendo.
Hoy, los aguacates mexicanos son considerados el “oro verde”, a fin de año, después de un incremento total de 25% (5% iniciales + 20% de octubre), se llamarían “diamantes verdes”. El precio de tomates, hortalizas, verduras y frutas provenientes de México también estarían por las nubes; como lo serían los automóviles y una serie de productos electrónicos fabricados en México.
Trump piensa que el incremento de aranceles es una buena política para presionar al gobierno mexicano para detener el flujo migratorio de América Central. Se equivoca enormemente.
El presidente mexicano Manuel López Obrador ya respondió a Trump mediante una carta personal, en la cual dice que su gobierno está haciendo todo lo posible para detener a migrantes que tratan de cruzar la frontera en el sur de México. Sin embargo, cuando familias enteras se escapan de su país de una “guerra sin cuartel”, no existe gobierno o leyes que los puedan detener.
La sobrevivencia es una naturaleza de las personas. Entre 1845 y 1849, la hambruna sacudió a los países de Inglaterra, Escocia y especialmente a Irlanda. Más de un millón de irlandés murieron como resultado de la falta de nutrientes; otro millón dejó su país y se dirigió rumbo a Estados Unidos. Los colonos norteamericanos los recibieron –como hoy a los centroamericanos— con perros, pistolas y muchos insultos.
En la década de 1920 sucedió algo similar con los italianos. La falta de trabajos, la pobreza y la guerra de mafias incitó a su población a moverse a otros países, principalmente a Estados Unidos y Argentina. En Estados Unidos, a los italianos los tildaron de mafiosos y corruptos.
Hoy la historia se repite con los centroamericanos. Sin embargo, con un “desquiciado” en la Casa Blanca, el problema se agudiza. Al problema de los migrantes hay que confrontarlo en los países centroamericanos. Hay que ayudar que su economía se restablezca.
Dr. Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletter@yahoo.com
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