El ajo es una especia comestible de tradición milenaria y con miles de usos, desde culinarios hasta sanadores y reconstituyentes. Ya lo decían las abuelas que comían ajo a la hora del desayuno para vivir más y hacerlo mejor. En la actualidad, la ciencia les da la razón y el extracto de ajo se ha convertido en un tesoro de exploración infinito para prevenirnos de enfermedades o mejorar nuestra salud.
Un equipo de investigación de la Universidad de Castilla La Mancha (UCLM) dirigido por el catedrático de Ingeniería Química, Ignacio Gracia, lleva más de diez años explorando los beneficios del ajo y más concretamente del ajo morado de Las Pedroñeras, localidad de Cuenca, situada al suroeste de Castilla-La Mancha.
Gracia explica a Efe su línea de trabajo y los descubrimientos que han hecho sobre esta especie de olor penetrante y, a veces, insoportable. “Empezamos trabajando en sus propiedades las abuelas que solían decir que el ajo era bueno para todo y que, incluso, la gente que se tomaba un diente de ajo todas las mañanas vivía muchos años”.
UN AJO QUE NO TIENE COMPARACIÓN
Ignacio Gracia en colaboración con el hospital madrileño Ramón y Cajal, donde lograron ser capaces de analizar el contenido de una molécula, la alicina, que es la que “ofrece la mayor parte de las propiedades al ajo, concretamente el ajo morado de Las Pedroñeras (Cuenca, Castilla-La Mancha) que tiene muchas más que otras variedades de esta especia”.
“Observamos que esta molécula era beneficiosa para combatir el ‘Hellicobacter pylori’, una bacteria que tenemos el 75% de los humanos, que provoca gastritis y úlcera de estómago, además de algún tipo de cáncer. “En la investigación, nosotros comprobamos que tenía efecto vasodilatador, anticoagulante y antiinflamatorio, disminuía la tensión, era antitumoral y en algunos casos hacía el efecto ‘viagra’, que se estaba investigando como sustituto de este fármaco”.
CURIOSIDADES HISTÓRICAS A SU ALREDEDOR.
Por ejemplo, que “la primera huelga que está datada en la historia procede de la época de la construcción de las pirámides. En aquel tiempo, a los esclavos que trabajaban en su construcción se les daba ajo para recuperar fuerzas, pero, en un momento dado, los capataces redujeron su ración, por lo que los esclavos se negaron a trabajar. Hay constancia de este hecho porque se dejó escrito en determinados jeroglíficos de las pirámides”, cuenta Gracia.
Otra curiosidad se produjo durante la II Guerra Mundial. Mientras los ingleses tenían penicilina para curar a sus soldados,los rusos carecían de este fármaco y utilizaban el ajo, al que llamaban la penicilina rusa, porque actuaba como antibacteriano.
Por otra parte, en la isla de Cuba la gente que corta caña, que es un trabajo muy duro, suelen beber ron, pero dentro de la botella ponen ajos.
ANTIINFLAMATORIO CONTRA EL CORONAVIRUS
Sobre los posibles usos que las propiedades del ajo puedan tener en la enfermedad del nuevo coronavirus, el investigador señala que “la alicina está bien caracterizada y ha sido una de las pocas moléculas naturales que fue seleccionada por el Centro Nacional de Biotecnología para investigar respecto al tratamiento contra Covid, porque es un extracto natural (uno de los pocos extractos naturales que se probaron), no es una molécula sintética. Al final, con los resultados no se ha llegado todavía a ver claro si es muy eficaz o no”.
Pero, mantiene Gracia que “la ventaja del ajo como antiinflamatorio creemos que puede interferir con algunos de los factores implicados en la cascada inflamatoria y es lo que está averiguando esta investigación actual en concreto”.
“SARS-CoV-2 genera una respuesta inflamatoria con una importante liberación de factores proinflamatorios y es precisamente aquí donde pensamos que la alicina podría tener su papel, interfiriendo con algunos de estos factores”.
“La ventaja del ajo contra el virus no es que lo mate, sino que al ser la reacción inflamatoria una de las puertas por las que se introduce, la propiedad antiinflamatoria del ajo disminuye esa posibilidad. Esta vía de investigación se está estudiando en colaboración con el Hospital Universitario de Ciudad Real y el Hospital Carlos III, de Madrid”.
Por Isabel Martínez Pita// EFE/REPORTAJES
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