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El anciano con corazón de piedra

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   ¡Hola amiguitos! ¿Listos para leer otro entretenido cuento?; Pero recuerden que en el mundo de la ilusión y la fantasía todo es posible, como lo sucedido en este precioso cuento. Pues entonces, ¡a leer se ha dicho!…

  Esta es la historia de Don Ramiro un fabricante de muñecos, que desde pequeño le gustaba fabricar todo tipo de muñecos en diferentes materiales. Era un hombre muy hábil, pero muy egoísta, por esa razón no tenía amigos. Nunca quiso casarse y menos tener hijos. Para él, siempre estaban primero sus necesidades que las de cualquier otra persona.

   Era un hombre avaro con sus ayudantes y no conocía la caridad. Desde joven, había vivido en la más absoluta soledad, y de viejo la única compañía que tenía eran sus inanimados muñecos.

  Una noche, el anciano estaba trabajando en lo que llamaba su “obra maestra”, un gran muñeco de madera que se le parecía mucho. El muñeco tenía una expresión poco simpática. Daba la impresión que estaba hecho para ahuyentar a los niños y no para atraerlos. Cansado de trabajar, se quedó dormido sobre el muñeco. En eso su angelito de la guarda se le apareció, que dicho sea de paso, tenía las alitas caídas por la tristeza de no haber podido cambiar el destino del anciano. El ángel había tratado toda la vida ablandar el corazón de Don Ramiro, pero le había sido imposible. Parecía que el anciano poseía una fría roca, en lugar de un tibio corazón. Viendo que el hombre estaba profundamente dormido y sin siquiera tocarlo, levantó al gran muñeco de madera y le dijo: – Tú me vas a ayudar. El angelito despertó al anciano, le guiñó un ojo y lo saludó afectuosamente. Don Ramiro, espantado no salía de su asombro, pensó que estaba soñando, pero cuando el pícaro ángel le tiró de la oreja, se dio cuenta que era real… – ¡Mira que me has dado trabajo hombre! -comentó el ángel-.

   – ¡No puede ser! -Exclamó el hombre-
  –¿Qué es lo que no puede ser?  ¿Que tu ángel te de un tirón de orejas? Sé que no es común, pero no me has dejado otra opción ¡Toda la vida tratando de ablandar esa roca que tienes por corazón!
 – No entiendo, no entiendo – exclamaba el señor agarrándose la cabeza. Siéntate, le dijo el ángel quien intentó tomarle la mano al anciano, pero él  la retiró como si hubiese tocado una brasa caliente.
– Yo puedo solo –dijo molesto y se sentó pero no de muy buena gana.
 – Será mejor que te explique de modo que puedas entender. Tomó la “obra maestra” que Don Ramiro estaba fabricando y dijo:
– Haremos de cuenta que éste eres tú. Cada parte de este muñeco te pertenece. Está armado como si fueses tú mismo y cobra vida. Veremos cómo se comporta. En eso el muñeco comenzó a moverse toscamente, se parecía bastante al anciano en sus rasgos, pero sobre todo en su mirada: fría y hostil. Dio vuelta su cabeza de madera de un lado hacia el otro, mirando a los otros muñecos y se detuvo en Don Ramiro, quien no salía de su estupor. Emocionado, por primera vez en su vida, quiso tomar la fría mano del muñeco, pero éste la retiró del mismo modo que él lo había hecho con el ángel momentos atrás. Intentó acariciarle el cabello pero una vez más sintió el rechazo de su criatura.
  – Es evidente que no quiere relacionarse contigo -dijo el angelito- déjalo, a ver si lo quiere hacer con todos los otros muñecos que tienes aquí. Lejos de caminar hacia sus iguales, se alejó a un rincón del taller y ahí se sentó solo, apoyado en la pared.

  – Está visto que está hecho a tu imagen y semejanza, no quiere relacionarse con nadie y terminará como tú, solo y sin ser amado. El anciano caminó hasta el rincón y una vez más lo quiso tomar de la mano para ayudarlo a levantarse.
  – Yo puedo solo -Dijo el muñeco-

  – No sé a quién me recuerda – comentó con cierta picardía el angelito – ¿Te das cuenta que actúa igual que tú? No quiere estar con nadie, no quiere que nadie lo toque.  
  ¿Eso hice yo con el muñeco más hermoso de todos los que fabriqué? – Preguntó en voz alta y con lágrimas en los ojos el anciano.
  – No -respondió el ángel muy serio esta vez- Eso hiciste contigo y con tu vida, que es mucho peor. No quiero que mi muñeco sea lo que es -Sollozó Don Ramiro-.
  –Imposible, yo protejo hombres, no muñecos.   Hazlo tú, empieza por cambiar esa fea expresión. Nadie querrá comprarlo, los niños llorarán al verlo.

El haber visto reflejada la soledad en su criatura más amada y las palabras del ángel, lo hizo reflexionar sobre su propia vida. Lo primero que hizo fue cambiar la expresión del muñeco, lo hizo sonriente y afable. Lo colocó en la vidriera y notó que se le quedaban viendo. Tomó entonces, todos y cada uno de los muñecos y les cambió la expresión a todos. Colocó los más que pudo también en la vidriera y vio, que la gente se acercaba aún más. Decidió pararse en la puerta del comercio a ver qué pasaba. Se detuvo una señora con su pequeño, quien miraba con gran entusiasmo los sonrientes muñecos. En un momento, el niño levantó su mirada y al ver el feo gesto del anciano, rompió en llanto y se escondió en las faldas de su madre. Don Ramiro se dio cuenta que no era suficiente con cambiar la expresión de los muñecos, debía cambiar él en primera instancia para revertir su soledad. Y así lo hizo, remodeló su comercio, pintó caras alegres y, por sobre todo, se dibujó una sonrisa en su rostro y en su alma. Poco a poco la gente fue conociendo a otro Ramiro y lo empezó a querer. El anciano jamás terminaría de agradecer a su angelito el bien que le había hecho.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

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